lunes, 30 de junio de 2008

Relatos Cortos

EN UN PRINCIPIO ESTABA EL CAFE

Percibí una soledad absoluta y serví un café. Estaba escrito que al terminar de consumirlo sería el final.
Tomaba sorbo a sorbo y distraído rememoraba lo que faltaba. Esperaba terminar en menos tiempo y el fondo del café era un agujero de color negro. Bajó de la mitad y todo esperaba ese momento.
Me acomodé tras el último sorbo y en ese preciso instante empezó el mundo con el estallido del big bang.

ABANICO DE LETRAS

Un experto en los idiomas retiró la letra “f” de Las Mil y una Noche y fueron reemplazadas por innumerables suspiros.
A nadie perjudicó las frases mochas y percibieron un largo sollozo en los libros que componían esta narración.
Otros lectores sintieron el fresco de la brisa y un lector con sueño lo conservó como abanico.
Nunca lo leyeron, solo sirvió de señuelo.



TRES ACTOS Y EPÍLOGO



Acto Uno

Un hombre contrajo nupcias en el Recinto del Pensamiento.
Al momento de iniciar el divorcio acudió de nuevo a ese local buscando una respuesta. ¿En dónde estaba la razón ese día?
En la puerta halló un silogismo vigilando la entrada, luego deambulo por el pasillo de la razón práctica y llegó al salón central en donde atendía la razón pura. Estaba desfigurado, nadie lo reconocía.

Acto Dos.

Un hombre esperó a Cristo en el camino de la amargura y le dijo:
- Cambio mi cruz por la tuya, Maestro.
- Cuál es la tuya.
- La cruz del matrimonio- dijo el desgraciado.
- No te preocupes hijo mío, estoy próximo a llegar.

Acto Tres

Un hombre después de cuarenta años de matrimonio, alababa las virtudes de tal institución.
- Han sido como quince minutos, pero debajo del agua.

Epílogo

Un hombre de setenta años, asesinó al amante de su mujer. Lo esperó hasta las cinco de la mañana; aprovechó su borrachera y con salvajismo se deshizo de él.
Preguntado por la razón de tal acto, contestó:
- A mi edad no soporto los humores ajenos.

LOS HOMBRES DEL DICCIONARIO

En este día llegaron al Valle de las Estatuas, vueltos los ojos a una iglesia moderna y avanzaron sin prisa mirando las remotas edades en las puertas y ventanas que no han sido modernizadas. Algunas maderas y marcos guardaban aun formas del pasado. Ponciano y Hebert, primos cercanos, salieron en busca de un futuro mejor, dejando atrás la historia que en este momento les llama la atención. Regresan ahora en plena madurez y se aposentaron en una casa de dos pisos en la montaña Alegrías. Además querían hablar con José Pipino que no quiso salir en la misma época y saber si aún vive, si la soledad no ha destruido su equilibrio y contarle la historia de sus vidas fuera del Valle. Caminaron entre los jardines y cafetales, mientras en las manos tenían diversos libros: Ponciano El Proceso de Kafka y Hebert llevaba un informe de las Casas de Cultura de la región. No llegaron hasta la carretera solitaria y poco frecuentada, sino que hicieron círculos alrededor de la casa. Mientras caminaban entre los recuerdos organizaban los diferentes capítulos del pasado. Augusto y Olga no existían, doblaban en edad a Ponciano y Hebert cuando ocurrieron estas historias que referiremos en adelante. Las montañas habían sido cruzadas por carreteras y lo que era verde absoluto en el pasado, ahora estaba ribeteada por vías que se comían en forma de derrumbes y caídas de tierra la profundidad de la cordillera. Los habitantes no andaban a pié, sino a lomo de gasolina. La comunicación no era con citaciones, sino por medio de teléfonos móviles. Los hombres no tenían que imaginarse las mujeres, sino que la teve las presentaba en las posiciones realmente incómodas. Todavía circulaban hombres ya ancianos que habían conocidos de niños y las calles en un alto porcentaje guardaban un pasado que no se iba. Pero había la efervescencia de jóvenes que como nuevos en esto de asimilar la vida, daban un toque mágico al pasado envuelto en una modernidad repulsiva.
Imaginaban ellos que inicialmente el mundo fue una escultura sin movimiento, luchando contra el desborde, oyendo las canciones distorsionadas e imaginando el mundo al revés. Siempre viviendo al contrario de los sentimientos. En las calles advertían: prohibido a los niños correr detrás de las pelotas. En las escuelas decían, prohibido gritar. Los regentes ponían en la picota pública a quien hubiese golpeado a un transeúnte con la pelota o protagonizado una pelea o lanzados insultos contra alguien en la calle. Ese infractor sería separado del grupo como la manzana podrida. Los hombres y mujeres estudiaban en locales separados, las escuelas y colegios distinguidos en femeninos y masculinos, los paseos igual que la vida social reproducía este reglamento discriminatorio. Además estaba claro que existía una prohibición de la fornicación, sustentadas en los libros sagrados citados de manera reiterada.
La protección moral contenía un cinturón de seguridad y no bastaron los discursos en la escuela, en la iglesia y en la plaza. Las consignas fueron impresas en la vera de los caminos, diciendo: no mentirás. Los letreros puestos en los árboles de las trochas y adentro de los montes. Mil metros adelante, no fornicarás, luego mil metros más, otro mandamiento: honrará padre y madre. Vallas cuidadosamente puestas a la entrada con el imperativo categórico cuidadosamente pintado. Comprobaron que en el momento de la visita ha cambiado un poco la percepción de las prohibiciones en algunas personas. Algunos paseantes ensayaban la puntería lanzando piedras a los avisos, que justo es decir no tenía firma responsable. Algunas vallas estaban en perfecto estado, pero la mas deteriorada fue la prohibición de la fornicación y otra con suerte igual fue una que prohibía el impudor de las mujeres. Ponciano y Hebert alcanzaron a ver las vallas destruidas y en ese momento estaba en proceso una refacción de las mismas; los árboles tapaban los letreros y mientras avanzaban en la cinta asfáltica aparecían los letreros incitando a su cumplimiento. Es necesario decir que Ponciano y Hebert, espíritus presumiblemente libres, regresaban ansiosos en una visita de vacaciones, habían visto el mundo bajo diferentes prismas, pero la sorpresa era que ese no tan lejano pasado gobernaba el presente con disimulada y actualizada energía.
Imaginaron el mundo como si construyeron un reloj que iba a dar la hora en otras coordenadas. O un mundo de invierno habitado con ropas de verano. Así conocieron el Valle Ponciano y Hebert. En ese tiempo aceptaron el peso de las palabras que con el tiempo fueron perdiendo el brillo original al confrontarlas en otras latitudes. En esta visita después de años de haber partido estaban comprobando los cambios o las permanencias de las consignas, en donde simplemente surgía el escozor de un pasado que pretendía hacer desaparecer el presente.

Estatua Uno
Es madrugada. La mañana despierta en el horizonte con su traje escarlata. La luna apenas se ha ocultado y deja sobre el sendero el aroma de una noche enamorada. Desde el filo de una cumbre brumosa se divisa el Valle de las Estatuas. Parece la postal de una aldea bucólica que duerme todavía arrullada por el susurro del viento. Es el Valle de las Estatuas, el pueblo de los sueños. (Subrayado nuestro)

Estatua dos
Por la calle principal la gente deambula enhebrando el hilo de sus recuerdos. Matronas que asisten a misa todos los días, niñas en la flor de la juventud que inspiran dulces besos, jóvenes que cruzan llevando en la mente el frágil navío de sus deseos, ancianos venerables cansados de haber hurgado la tierra con sus manos, mujeres hermosas que exhiben su mejor sonrisa como regalándosela al viento, todos cruzan por estas calles que están llenas de música, de ausencias y regresos. (Subrayado nuestro)

Estatua Tres

No saben que en esa débil humanidad aquejada por el mal de Parkinson se esconde la personalidad de un pastor que se ha entrevistado con presidentes y ministros, con guerrilleros y paramilitares, siempre en busca de la paz. Está llamado a indagatoria por la Fiscalía General de la Nación.(Subrayado nuestro)

Anti Estatua uno
Un jinete montado en un caballo. La cabeza del hombre descansa en el césped y las pastas del caballo bailan en el aire

Anti Estatua dos
Es un artista que se asoma, pero se vuelve a esconder.

Estatua cuatro
Elogios a la estatua cinco:
Las frases cortas, lapidarias, silenciosas, hacen de sus artículos pequeñas joyas de orfebrería literaria que se quedan en la mente del lector por su fuerza expresiva. Su vocabulario es exquisito, mezcla de miel y vino, de sal y azúcar. (Subrayado Nuestro)

Anti Estatua tres
Las noches en que casi dormido me obligaba a rezar el rosario arrodillado al borde de la cama. Los amaneceres cuando tiritando de frío, me obligaban a bañarme con agua caliente. (Subrayado nuestro).

Estatua Cinco
A propósito de la Estatua Seis:
En su personalidad armonizaba la severidad de su carácter con el físico de su persona. Lo signaba una cara sombría, de mirada altanera. Era gruñón y seco en el diálogo. Fue maestro de maestros, amante de la disciplina, de comportamiento ejemplar.

Anti Estatua cuatro
Dos piernas en el césped y en el tronco un ramo de rosas, sin cabeza y mucha luz.

Estatua seis
Descuajando montañas, derribando árboles, cortando maleza, sometieron a la naturaleza.

Estatua siete
Cada mañana cuando sale el sol, no importa si eres gacela o león
¡Ponte a correr!

Anti Estatua cinco
Nada por delante todo por detrás.

Anti Estatua seis
Mierda.

Estatua Ocho
El acné otra huella; Ponciano y Hebert acudían a los emplastos tradicionales y ninguno limpiaba la cara. Recogían clandestinamente la mierda de las gallinas, la última receta, para aplicársela a hurtadillas en la noche, pues fuera del dolor y la minusvalía del acné, vendría el desprecio si descubrían la elección de los remedios. Nadie tomaba el riesgo de lucha contrar el acné abiertamente, mientras lo comentarios se sucedían acerca de las caras remendadas con la desgracia. Sin embargo, el tiempo pasaba como si todas las caras tuvieran que ser bellas, blancas y limpias.

Construyeron un mundo de estatuas, exigiendo una justicia sin palabras suaves. El líder alcanzó la obesidad y las harinas de las desavenencias alimentaron la voluminosa panza. No pudo haber convivencia, los campesinos allá y los de la ciudad acá. Los primeros divididos entre los propietarios y los no propietarios y los segundo divididos entre los de arriba y los de abajo, entre los que tenían casa y los que pagaban arriendo, entre los que tenían como vivir y entre los que vivían de ilusiones, entre los que tenían palanca política y los que veían las distribución de los bienes públicos entre unos pocos. Luego los que viven arriba y los que viven abajo, los que tienen sombrero y los que sufren de alopecia. Los hombres y las mujeres. Al otro año surgió la división de los que peinaban el cabello a la derecha o a la izquierda. Nunca hubo entendimiento, había una honda grieta. Augusto el comerciante no fue aceptado en ningún estrato, andaba volando y quería ser amigo de los estratos altos pero ellos con suficiencia negaban el saludo considerándolo un extraño e igualado. Embargado en la culpa de existir guardaba la esperanza de ser incluido. Los artículos de su establecimiento comercial fueron adquiridos sin distinción social, pero el trato personal considerado deficiente, pues el comerciante como hombre que intercambiaba con toda la comunidad fue considerado de baja categoría en los círculos ciudadanos. Olga terminaría la vida como un murciélago en la lúgubre inmensidad de una misteriosa casona. A través de la hendiduras de la puerta se veía caminar despacio y derecha, luego blanca y gacha; decidió ser una prisionera de la soledad y el aislamiento encerrada en un laberinto donde reinaba la oscuridad. Sus hermanos hombres evitaron el trato personal con ella y las hermanas mujeres de igual manera ocuparon el tiempo absolutamente con los maridos. Ponciano no fue llamado a participar de la mesa principal, sino que le ofrecieron la inclusión como sirviente. Después de algún tiempo de ser mesero en el club social, de atender a los notables en las mesas cubiertas con gruesos manteles, reaccionó e hizo una extensa meditación sentado en una piedra del río sagrado, que en el fondo de la montaña descansaba oculto y prohibido. En ese río se hicieron los ritos fundamentales, los ritos asociados a los desgarramientos mentales. Uno de esos hombres fundamentales escribió una novela con el nombre de “Guarango”, también nombre del río, pero tuvo el desacierto de terminar el cuento en Cali. Los que asistían a esas riberas fueron estigmatizados, y con razón, quienes las visitaban tenía la intención de hacer un rompimiento con las gasas de la mentira. El mundo al otro lado de la montaña destapaba caminos a los audaces. Hoy recuerdan mirando el Valle desde la montaña Alegrías. Hebert fue incluido como enemigo e indeseable, un cariño especial incoaron hacia él, acompañado de un serio deseo de que estuviera lejos. En este momento de la narración regresaban y esos efusivos deseos del pasado ya no estaban en circulación. Augusto antes de partir hizo extensas meditaciones en una mesa de juego, no asistió a las orillas sagradas del río y allí imaginó la mesa inconsútil donde jugaron la sangre de Cristo, trajo a cuento la baraja española con sus reyes y sotas y además se imaginó que los dados del juego no eran fabricados en esta región, sino que eran fabricados con un material frágil producidos en otras ciudades. Iría a conocer ese germen de la diversión, pero cuando vio las grandes ciudades con avenidas y fuentes de trabajo, dijo, nunca volveré a la mesa de juego, en momentos en que su fortuna había desaparecido. Trabajo no conseguiría y dedicaría el tiempo a vivir de los recuerdos y a la conversación.
Proliferaban los locos y estúpidos; culpaban de la existencia de esas mentes obtusas al metal pesado que producía una mina de mercurio que infestaba las fuentes de agua y habían descubierto que producían una esquizofrenia común en los habitantes. En la región de la mina nacía el agua consumida en los oficios domésticos. Entre las esculturas cuidadosamente tenidas para sacarlas cada año e impresionar al público y las fuentes de agua contaminada estaban produciendo este tipo de hombre que entre Ponciano y Hebert describiremos a continuación. También nos ayudarán Augusto el comerciante y Olga el ama de casa, personajes en el recuerdo.
Esculturas diferentes cada una, pero todas cumpliendo el papel de hacer un mundo sin movimiento y cuando no existieran leyes hacerlas nuevas aunque tuviese que cambiar el curso de los acontecimientos. La escultura una costumbre de las sociedades antiguas, basada en la admiración y sabiduría del cuerpo. La ilusión de los antiguos era el movimiento y de esa forma quedaron registradas las intenciones artísticas. Los habitantes de este valle nunca consideraron el movimiento y tuvieron la pretensión de fijar las figuras regordetas en la mente de los niños. El torero, la prostituta y el arzobispo, abultados de carne e inflados huesos. El caballo con los cascos gordos pisaban el pavimento caliente. Rindieron culto a la tristeza con la forma regordeta. Instalaron vitrales en las viviendas particulares y vitelas representando el ambiente moral que deseaban al futuro: la mansedumbre y ninguna actitud sospechosamente sexual. En caso de la mujer el amor podría contener su deseo de violar la norma, de ahí que las mujeres con hijos indeseados serían desaparecidas, llevadas a conventos o los hijos regalados a familias necesitadas de servidumbre. Un político echando un discurso en la plaza y un santo con piedras en los zapatos y haciendo milagros, serían las imágenes que un publicista moderno representaría el ambiente local a fin de atraer turistas a las fiestas patronales. El día en que Hebert desafió a una estatua fue castigado a leer las biografías de los héroes cada semana a las 8 de la mañana, con un público escogido entre los estudiantes hombres o los niños. En razón a que era hombre no podía dirigir la palabra a las mujeres. De ahí sacó la afición a las biografías. Otro día en que Ponciano quiso ayudar a una de las estatuas, recogiendo votos en una elección, aunque fue una ayuda frustrada, las otras estatuas declararon la guerra al insurgente en razón a que ayudó a uno de ellos y no a todos. Hoy que regresan a este valle insalubre los odios han desaparecido, solo queda el humo de la mañana temblando alrededor de las casas y las calles. Los malos olores han desaparecido ostensiblemente. Se han dirigido hasta la tipografía, allí en otros tiempos revisaban los escritos y el periódico “Atalaya” que circulaban cada semana. Hallaron nuevos propietarios con otras ideas productivas y al preguntar por el archivo de los periódicos publicados no encontraron memoria alguna. De esa actividad intelectual del pasado salió un odio a los hombres que soñaban detrás de las letras. Ahora llegaban y estaban en otro tiempo, seguían los mismos vientos pero nada de diccionarios, biografías o periódicos. Podían respirar el aire del Valle, aun después viajar y recorrer el mundo de los libros y de las culturas.
Hoy podía recordar las biografías que leyó en aquella época de los castigos. La reseña de Oasis Jiménez decía: dama de gran calado y resonancia, educadora de maneras muy refinadas. Decían de ella que tenía una voluntad férrea para sobreponerse a las murmuraciones y una apacibilidad suiza para no caer en las iras que proporcionaba la envidia de los otros (Subrayado nuestro).
Otra biografía que fue leída para educar a las nuevas generaciones, decía de la señora Dolores Maza que caminaba como un fantasma arrastrando su catedralicia figura. En una ocasión Dolores resolvió lustrar sus botas de capitana en la plaza. Cuando el lustrabotas “Zamarros” iniciaba la labor, las campanas del templo empezaron a doblar. Ella dijo al lustrabotas en tono académico y burlón, dime man de baja esfera, ¿por quién doblan esos vetustos bronces? Y “Zamarros” ni corto ni perezoso contestó: en honor de su madre, vieja hijo de puta. (Subrayado nuestro)
Ponciano y Hebert recuerdan con amplias risas las cualidades morales que en estas líneas traerán a la memoria. Ponciano publicó una entrevista a un poeta reconocido en el periódico Atalaya y recuerda que nadie dijo haber leído la publicación, en razón a que el poeta era homosexual declarado y el texto quedó como si no hubiese salido. Fragmentos de la entrevista son los siguientes:
Ponciano: Dicen que usted es un cínico.
Poeta: depende del lente que usen los que aseguran eso. El hecho de vivir es un acto cínico.
Ponciano: todo hombre pobre y honesto aspira a conseguir una casita y una rentica aceptable para contraer nupcias. ¿Se identifica con ese anhelo?
Poeta: Me identifico con eso de conseguir casita y renta. Casarme no. La mujer es un animal de lujo demasiado costoso. No es por la comida o la ropa sino por los cosméticos.
Al final Ponciano hizo la última pregunta:
- ¿Dejará algún legado a la posteridad?
Poeta: si, mis cenizas.


Los libros secuestrados como si fueran propiedad de los bárbaros. Descendiendo del hombre montado, la estatua de cuatro patas. Ponciano considerado un dios, temían la cultura que adquiría en los libros, imaginando la potencia que da la lectura y sobrestimaban la actividad de hablar en público y echar discursos. El político que pasaba tenía éxito, si en su acervo traía variados adjetivos escuchado con atención y luego aplaudido. Hubo políticos que citaban a Homero en la plaza en presencia de los campesinos, en la otra plaza del otro pueblo citaban a Virgilio. Ocurría que en una correría no solo traspasaba las carreteras de su región sino que recorrían la literatura griega y romana. A alguien que es atraído con esos autores no es un incauto espectador, concluyó Hebert sentado en el corredor de la casa de Alegrías. A Hebert le gustaban los discursos floridos, las formas verbales elegantes, pero a una inmensa mayoría no atraían los políticos ni la literatura. Lo malo de estos políticos fue que se convirtieron en estatuas y compraban a los periodistas con el objeto de que en los periódicos agregaran a su mal olor un olor a santidad. En esta fetidez hizo escuela el uso de los adjetivos. Un buen discurso en la plaza pública necesitaba estas palabras: imperial acre desafiante perdigones felino mesiánico gruñón seco. Resultaba un bello discurso sin olvidar algunas otras expresiones como: profético parábola taciturno salmo majestuoso místico. Conquistaba otro escalón de la belleza al citar a: Cayo Suetonio Petronio Octavio Augusto Mecenas. Si mezclaba estas palabras con una voz altisonante y quejosa, quedaba un discurso greco quimbaya.
Los que reafirmaban la soledad ante las estatuas también mostraban señales de una raza inferior. En ese estado de desarraigo espiritual tocaba esperar la otra vida. La herencia un asco generalizado, el desprecio a la mano que acaricia, desoír la voz que cura e ignorar la mirada tranquila. El asco defendiendo la insularidad, la tranquilidad de los mayores, que no conocían la muerte, la enfermedad, mientras la ciudad abría las ventanas de un hospital sin médicos y sin drogas. Ponciano y Hebert en la montaña Alegrías, reafirman que los métodos de educación y reclutamiento siguen vigentes, con cambios leves que corresponden a alguna liberación de las costumbres. Todavía prefieren poner la mano en la estatua de yeso que apretar la mano del vecino. El día que una mano cayó en la cabeza del penitente por efecto del debilitamiento de los materiales, con sorpresa encaró a la estatua y pidió moderación en las alturas.
De ahí vienen las ojeras y las pesadillas.
El hierro y la homofobia.
La competencia moralista no llegaría lejos, si era el alcohol el vicio socialmente aceptado, una vergüenza; el robo inmediatamente castigado con cárcel, la estafa igualmente, el homosexualismo con sanción moral y nunca sería incluido en la sociedad. Si tenía algún dinero y de un momento a otro caía en la insolvencia sería rechazado. El ocio era practicado por personas que nunca habían trabajado y los campesinos no podían abandonar el puesto de trabajo, siendo conducidos a la cárcel cuando permanecían en la ciudad una semana. Estos recuerdos anegaban la mente de Ponciano al comprender que toda empresa moral, produce muertos pero no la verdad. Salí del Valle hace bastante tiempo, dice. Había terminado la colonización que se extiende por tiempos inmemoriales, un pasado atacando el presente, olas retardatarias montadas en la onda de la tecnología. La colonización trajo toda esta resaca moral y aún genera orgullo en los incautos habitantes y hacen calles en ese honor y construyen monumentos con personajes sonámbulos y bueyes gordos, representando fuerzas con la finalidad de domesticar la voluntad del hombre, que todavía con la cabeza gacha y el hombro inclinado sufren la dominación a través las imágenes. No importa en cual siglo estemos, en el veintiún o en el diez y nueve, la colonización posee una pagina electrónica y sus lecciones morales fortalecen la retaguardia moral de los amos.
Han regresado Poncino y Hebert. Augusto y Olga han desaparecido, el primero en la capital y la segunda en el Valle, su voz recoge este drama al invocar el claroscuro de la realidad. No los reconocen, dicen al desgaire cuando Ponciano pregunta por José Pipino. Si pretenden hallarlo deben regresar al río, allí todavía estará lanzando un canto a la frescura, a las ramas que bordean la rivera y al agua que no regresa. Sin embargo, la caverna está viva. El engranaje institucional ha procurado que los avances tecnológicos no destruyan la voz de los antepasados. Casas de Cultura y funcionarios con imágenes de hachas y libros carcomidos sostienen el armazón de las prohibiciones. Estos recuerdos recientes Hebert los trae a la memoria mientras busca a Pipino. Nadie recuerda su nombre, estará refundido en el remolino de algún río.


Las caras enhiestas, mordiendo los labios, insensibles al dolor ajeno repitieron la cantinela afirmando el dolor y la desavenencia. El pacto fue la indiferencia. En ese tiempo el dolor existía en cada persona, no pensaron que el dolor existiera en la especie, de lo contrario se habrían puesto de acuerdo a fin de tumbar el régimen, entonces el mal era guardado celosamente con orgullo en una cavidad escondida junto al corazón. Es posible que el dolor existiera en el único y que su presencia en los otros fuera una ficción. Solo existía uno y de los demás nadie sabe, ni adonde van. Igual al tigre que solo ve la presa en una tarde de Calcuta. Si decimos que el dolor pasaba por el cuerpo de muchas personas, concluimos una operación mental y si alguien señala el sentimiento de otros o su pensamiento, lanza una imaginación exclusivamente.
Ahí pegados del piso, no veían las flores que crecían en los patios y jardines, ignoraban el agua que corría en los ríos y las palomas no volvieron presumiblemente huyendo de las casas trampas y las que caían en manos de los destripadores, luego de matarlas y moler sus huesos hacían un caldo levanta muertos. Cuando Olga tomaba ese reconstituyente transfiguraba su rostro. Esa paloma que representa al espíritu riega el cuerpo. Augusto sonriente esperaba que la casa trampa recogiera las víctimas. Con estas mismas costumbres los pájaros desaparecieron y fue una especie en extinción al recluirlos en jaulas. Trajeron perros que atacaban a los niños y la calle quedó solitaria. Los perros callejeros fueron desaparecidos, pero los gatos tenidos con cariño y alimentados con leche de vaca. Verdadera zoofobia. Augusto correteaba a los gatos a fin de desperezarse, decía, los gatos son tan alegres como los niños. Nunca imitaron a los niños o a los gatos, sin embargo imitaron a los perros con los dientes pelados y dirigidos a la presa. Conocieron el mundo, comiendo, corriendo, peleando. Un cerdo con los cachetes inflados sería una estatua apropiada a esta época. No aspiraban a otra esfera, con la criminalidad convivieron al lado de los hermanos que con lágrimas hicieron de este mundo un pasadizo y del hogar una cueva. Luego con uñas y dientes construyeron. El mundo o el infierno tantas veces descrito en los libros recibí a los nuevo habitantes, una caverna hecha a imagen y semejanza de la estatua. Un espejo regado en los ojos, se veían en la mirada de los semejantes. Allí ratificaban el odio y el amor de si mismo. No es posible huir de la caverna y las estatuas no guardaban el equilibrio, inclinados hacia algún lado del infierno. Delincuentes y admiradores rompían los anaqueles como ficciones.
Un hombre metía piedras en los zapatos y se trasladaba de un lugar a otro, queriendo simbolizar el futuro que quería para los conciudadanos. Un olor a santidad expedían esos estrechos zapatos. Además vociferaba contra las mujeres que llevaran trajes ligeros o escotes semi profundos. También recomendó a las mujeres no salir solas y usar el manto en la cabeza evitando las miradas. Augusto dijo, que bebió a borbotones el agua proveniente de la mina y a consecuencia de ello pronunció las normas dignificando las costumbres.


Navegaron en el mar proceloso de las formas, de las figuras en el cielo de los juegos pirotécnicos, de los globos circundando el espacio azul, de las olas en el remolino de las cascadas, de las montañas besando las nubes, de los árboles y de las frutas y no se contagiaron con ese movimiento. Vieron los caballos con la cola levantada, a las vacas lamiendo el ternerito. Se comió la carne y no las frutas, contra los movimientos endurecieron las superficies; contra los árboles hicieron jaulas de madera, contra el aire fresco las puertas cerradas. Contra el ascenso social mantuvieron el castigo de la pobreza, diciendo que era un destino. Contra la libertad el miedo a tomar decisiones. En el paseo por el Valle Hebert comprobaron que nada había cambiado y la caverna seguía intacta, aún mas peligrosa, pues ya veían su cara diferente pero engañosa. Los beneficiarios del régimen del miedo y la vergüenza no facilitan el cambio, pues la situación como ha venido desenvolviéndose da los mejores resultados a sus intereses y genera cohesión social y nuevos ricos engruesan el listado de los hombres importantes sin desgastar el régimen. La estratificación social ha empobrecido a los hombres humildes, con la misma soledad y el mismo miedo. En su mente Hebert recuerda haber superado esas limitaciones, pero hoy desde la montaña ve la llanura igual. Solo la montaña conserva un aire fresco, soledad bienhechora, una soledad elegida y no una agresión de los poseedores. Ponciano duerme sostenido en el vientecillo que como un duende recorre la montaña en donde han establecido el cuartel del recuerdo. Este paseo invoca un pasado indecoroso, que aún reina en los cuerpos de los actuales habitantes. Hoy en el Valle de las Estatuas aparece el mismo miedo, la misma discriminación y violencia. El hecho de que sea un recuerdo no quiere decir que desaparezca. Se ha prolongado en el tiempo, al menos ha cambiado de fisonomía conservando los beneficios a los propietarios de los bienes y de las creencias. Cuando Hebert espera que despierte Ponciano reflexiona con un sentimiento expectante, simplemente lo que hace es recibir de su interior el pasado y comprobar que la humanidad sigue reportando miedo, vergüenza y solemnidad. Hebert cuidó el negocio de su padre mientras el descansaba en las tardes y la soledad y abatimiento llenaban las horas de trabajo y no esperaba nada bueno en esta ocupación. Las jóvenes no salían a la calle y menos acudían al negocio y si alguna de ellas pasaba estaba acompañada de la familia entera. En una ocasión en que asistió al teatro estuvo al lado de una chica y la primera palabra que pronunció al sentir el halo femenino cerca fue proponer con palabras huidizas un noviazgo. Aceptaron nuevas entrevistas y ella no salió de su casa en los días posteriores. Hebert ponía los brazos en la vitrina del negocio y repasaba toda la cartilla desde los profetas hasta los héroe nacionales, pasando por Bolívar y Santander. Nunca sería nadie mientras persistiera esta vida modelada en los profetas y estilistas de la abstención sexual. Recomendaciones que generaban constantes contactos homosexuales y la masturbación solitaria. En una ocasión una muchacha fue acusada de tener relaciones sexuales y su padre contrató a un prestigioso médico a fin que diera constancia escrita de la existencia de la virginidad. Así la muchacha siguió siendo virgen al cumplir el novio la consigna de nada por delante.



En ese tiempo amaban los caballos, Ponciano dijo, parecen hembras desnudas, de hermosa grupas y pelvis victoriosas. A veces las mujeres montaban briosos ejemplares, pasaban sin mirar confirmando que desde tiempos pasados las estatuas de sal quedaban atrás.
Augusto antes de ser comerciante fue un habilidoso domador de caballo. Tenía una pesebrera en donde apareaba los caballos y recibía los ejemplares nuevos. De alejadas regiones traían briosos ejemplares a fin de que domesticaran sus usos y usanzas y pudieran ser exhibidos como animales de pasos y los que no lograban incorporar esta disciplina eran llevados a los campos ocupados en arrastrar las maderas prendidas a los cuellos o usados en las labores de transporte. Augusto se cansó de lavar y sobar el abundante sudor de estos cuadrúpedos, de entregar extensa jornadas para suavizar el paso o en otros casos para que el lomo fuera servil ante las cargas desaforadas de la producción. El caballo, confiesa Augusto, ha sido muy cercano a las mujeres atraídas en su figura o el servicios que prestaban; domados y domesticados el hirsuto lomo quedan reblandecido para que las esbeltas corvas o curvas de la mujer depositaran allí su deseo exhibicionista y pudieran avanzar por las calles como si fuera una pasarela equina y de modas.
Luego de este oficio Augusto quiso dedicarse al comercio y alquiló un zaguán en donde ofreció los productos traído de otras ciudades y de esta forma humanizar sus ocupaciones antes que humanizar los caballos. En el nuevo oficio fue despreciado, pues de ninguna forma lo acercaba a la civilización y considerado un hombre dedicado a una actividad sin importancia urbana; en su nueva ocupación fue discriminado y su deseo de integrarse socialmente desestimado abiertamente. A pesar de ello siguió en el comercio, aumentó el prestigio y decayó el deseo de superación al volver al juego del dado y los naipes y de todas maneras conoció el rechazo social y familiar. Rechazo que fue orquestado por los hermanos de su mujer Olga, quines no dirigieron la palabra ni a Olga ni a Augusto, al considerarlos no aptos para una relación social, al ser él un jugador relajado y ella haber elegido a un hombre con tales defectos. Olga entró en una depresión al comprobar el desprecio y al aceptar que no tuvo otra solución que elegir ese hombre, pues no había otro hombre elegible. La mujer pecaba en materia grave sino acertaba en su elección y los hombres como en el caso de Olga determinaban el futuro de ella. A pesar de todo el deber era aplastar al otro y en consecuencia Olga y Augusto quedaron aplastados, viviendo una vida exigua y deficiente. Ella procreando hijos y él luchando sin éxito por la sobre vivencia. Solo cuando huyeron del desprecio y la iniquidad, pudieron mejorar la visión del mundo no así su situación real. El punto de mira de la vida cambio ostensiblemente y ya no se consideraban discriminados, sino que vieron a los discriminadores como ignorantes y racistas.
Como resultado de este desprecio Augusto cogió un claro amor a los demás y no dejaba oportunidad de recoger alimentos y prendas y regresar a los campos de sus antepasados a llevar esos regalos a las gentes olvidadas. Llegaba procedente de la ciudad y permanecía dos o res días rememorando y conociendo los problemas de sus familiares que aún vivían en el campo. Mientras tanto la descendencia de Augusto se regó en la gran ciudad y no les dio gusto a los despreciadores de turno que harían un banquete en nombre de la religión, la moral y las buenas costumbres. Esa generación que creció fuera del Valle de las Estatuas ahora mira desde lejos y de esa mirada salen estos recuerdos.



A los presos daban mensajes de admiración y pesar. Sus lentes reproducían hombres finos y no afeminados. Así como ellos las mujeres fueron encerradas, si abandonaban el encierro circulaban con mantos sagrados, medida ésta considerada de salud pública.
Augusto tuvo un gran disgusto cuando a su hermano que no pudo aprender a leer fue acusado de enviar cartas extorsivas a una pareja de idiotas que estaban enamorados. En la carta hacían exigencias de dinero al hombre con destino a la amada. Conocida esta situación Víctor fue detenido y encerrado e incomunicado en los calabozos. Augusto lleno de odio y deseos de hacer justicia conminó a demostrar como un analfabeto escribía cartas de amor a un consumidor de agua de la mina. Entonces en la ciudad circularon rumores contra Víctor y su prestigio se fue al suelo y justificando la depresión tomo con ahínco el juego de dados y perdió su poca fortuna en la mesa del juego. La vida de Víctor siguió enrarecida en medio de esa acusación que lo graduaba de saber leer y escribir sin proponérselo. Augusto quiso enseñarle a leer pero su depresión avanzó hasta que su inteligencia cerró definitivamente el acceso al aprendizaje. En este tiempo definió su vocación de gran conversador. Víctor era un contador de cuentos extraordinario, con decir que en reuniones de cuenta chistes de la ciudad nadie aventaja su lengua pueril. Podían pasar tres noches de cuentos livianos sin que acabara y tenía cuatro noches de cuentos vulgares. Estos últimos estaban añejos debido a que Olga se ponía enfrente y evitaba a toda costa que los refiriera. Cuando empezaba aparecía una hecatombe de vulgaridades, desde la mierda hasta la vagina y desde el culo hasta las infidelidades de María Magdalena con el rico Epulón. Desde Cristo negros y pequeñitos perdidos entre la basura, hasta deposiciones desde la ventana de un tren en marcha. Echaba cuentos de accidentes en que los muertos hablaban y los heridos reían. Campesinos sentados en un bus que guardan gatos entre el pantalón hasta el visitante que se meaba en la pared de la alcaldía y al pagar la multa fruto de la infracción y no haber vueltos en la caja de la administración, decía: guárdelos que la próxima meada es mañana. Augusto gozaba y la vida compensaba con la risa una vida sencilla..
La danza no era conocida, la música tampoco y eso que llaman ritmo, un golpe bajo.
De suerte que la alegría de Víctor creció y en compañía de algunos amigos montó una academia clandestina de baile. Los que asistieran debían simular que estaba aprendiendo un oficio electromecánico. Escucharon al bárbaro de Gustavo Quintero interpretando el popular chucuchuco. También a los Corraleros de Majagual y tuvieron una sección de baile del twist americano. Las sesiones duraban horas, pero no pudieron conseguir mujeres que arriesgaran la integridad moral en este aprendizaje. Olga preocupada de las faltas permanentes y sospechando que acudía a la mesa de juego, pidió la razón al oculto bailarín y contestó que estaba aprendiendo a arreglar planchas eléctricas. Olga dijo, la plancha nuestra calienta con brasas ardiendo, ¿qué plancha pretende reparar? Visto el resultado académico aprendieron a trotar y ese trotecito caballar no desaparecía ni con el reaguetón. Cuando estaban alegres interpretaban un baile conocido en esa época llamado la zarambambuca. Término inventado en la academia que no aparece en ningún diccionario presente o futuro. Danza inventada en el Valle, que no pudo ser exportada junto a los inmigrantes, pues al leve contacto con los bailes tropicales de las ciudades demostraba la nula competencia en las pistas de baile.



De ningún libro conocido surgía la contradicción. Los hombres y el agua enemigos naturales, el perro y la paloma desplazados, uno desaparecido por odio y la segunda por el amor tan exquisito pues cuando veían llegar una avecilla a la casa trampa la boca se les hacía agua. En los libros comidos en el polvo las flores fueron mensaje de amores platónicos, nunca igual al piso de madera que proporciona el calor en las noches frías. El árbol y la madera seca, un amigo que no existía, un naranjo que producía frutas pequeñas y escasas, el hijo de la tierra errante y sediento. Todos ellos de espaldas al libro y cuando el poeta cínico escribió, galopa el miedo con sus cascos terribles por los prados del alma, inventariaron una estatua nueva en el Valle.
Ningún libro jugaba un papel disolvente, en cambio el misal llevado arriaba y abajo como prenda especial, celebradas sus frases cortas parecidas a oraciones. Un cariño extraño profesaban al misal. La mirada en el libro disimulaba la atención puesta en las personas asistentes, siguiendo los pasos de las mujeres bonitas y colaboraba mostrando una concentración inexistente y ese objeto en la mano era instrumento de entretención mas que objeto de devoción. Todos los jóvenes y ancianos llevaban este libro como signo de cultura en un momento en que el amor no existía, menos el amor de pareja, solo aconsejaban el amor de Dios, una acción impersonal y alejada, digno de exégesis baratas y poco afortunadas, presentando una realidad intangible, fruto de la escasez de la inteligencia, del hambre y de la estolidez del espíritu. Esa teología convertida en una realidad precaria y sin posibilidades. La mente pensando como argumentar y dar vía a esta palabrería producto de una vida difícil y cruenta, en el sentido del dolor, del sufrimiento y la escasez. Como argumentar en sentido propio y positivo este vacío espiritual y no repetir una vida que no nos pertenece ni reconocemos. El hombre en su infinita pequeñez podría ser una mata de guaduas volando cerca de las nubes, pero nunca un instrumento de los caprichos religiosos. La cocina de tierra pariente del camino, camino lleno de pies descalzos y negros como la misma tierra y la cocina absorbida en el hollín negro.
Hebert y Ponciano poco a poco cogieron el amor a los libros, mientras tanto iguales en el odio, desiguales en el amor. No pensaron en allanar las hondonadas, eliminar los valles o hacer desaparecer las montañas. Cuando salían de paseo reposaban cerca de las casas de maderas, de la sombra de los riachuelos, debajo de inmensos árboles. El cemento y los edificios llenaron la vida humana y alejaron la tranquilidad.
La plaza llena de ojos redondos y ovalados, recorriendo la calle reticulada de gente, la torre desafiando la pequeñez hacía un llamado a los hombres a inclinar la cabeza ante el poderoso. Un mundo de mirada horizontal y deseo vertical. Consecuencialmente el amor un hueco incomprensible y la amistad devanaba los sesos en un avistamiento de la blandura, paternalismo insensato y el vecino única posibilidad aparecía ante los ojos solitarios como un palo seco y extraño lanzado después de cortar la conexión con la madre tierra. Dos pasos fuera de la calle aparecía árboles inmensos, un camino cruzado de mulas, un cerco indiferente separando a los desposeídos, mas allá la pendiente, tramos prolongados llenos de barro y agua, las gentes comiendo distancias junto a la imagen del santo, con la espalda inclinada, la mirada hacia arriba buscando el vacío. Dios un deseo sin sexo, deambulando en el éter, hombres débiles lamiendo discursos, implorando un favor, luego de olvidar las alturas y bajar la mirada acudían al río y los deseos huían inflados de agua fresca y sensual. Un alma desgraciada


Variedad de hombres poblaron el Valle. Ponciano y Hebert hicieron un inventario y no lograron su ubicación en esa escala caprichosa.
Hubo hombres pájaros con mirada de águila, lo pequeño visto en detalle. Invisibles en la cima y la casa un nido lejano. Amaban la lluvia, de plumaje delicado. Usaban el olfato y recorría extensiones de tierra con la vista. Las camisas un soplillo del aire, el pantalón con los remiendos del amor, a veces vestían como Tarzán e iban de un lado a otro pegados de un bejuco. Bajaban en el día y subían en la noche. Otros días dormían entre las ramas cuidando la distancia.
Hombres caballos arrastraba las cosas o puestas en las espaldas luchando codo a codo, ganando el privilegio de la vida. Guaduas y listones halados encima del lomo flaco del caballo.
Hombre búho que duerme parado con los ojos puestos en la hondonada. Prefieren la curva final en la altura y el horizonte cubierto por una montaña al frente. Cubriendo el cuerpo con una manta toman la taza de café y esperan la salida del sol.
Hombre político, un perro. Desde tiempos ellos han trabajado para beneficiar a sus amigos. Han inventado el clientelismo cuando ha crecido el descreimiento. Usaron el adjetivo y la oratoria llorona en el carnaval electoral.
Hombre incestuoso. El lado oculto. Todos somos incestuosos y deseamos a la mujer cercana con diversas disculpas. Nunca dejamos de desear a la familia, el moralismo ha inventado que no existe. Un padre abandonó a su hija y después la buscó con el objeto de convertirla en su esposa. Los que cuidaron la hija aceptaron el pedido del padre violador sin decir nada. Hebert no abandonó la imagen de su madre y las mujeres diferentes a ella siempre fueron extrañas y dignas de odio. Ponciano estableció matrimonio y convirtió a su esposa en madre punitiva. Ahora se presentaban a la montaña Alegrías sin la mujer, liberados de la coyunda y pensando que esa liberación debió ocurrir desde el principio y no esperar que la experiencia surcara la vida, a fin de que la mirada hacia atrás fuera redentora. Gran frustración de un pasado pegado en las neuronas, pero siendo así aun es justificada la protesta pasiva e inútil. Pipino no quiso elegir entre la caverna repetitiva y el provenir liberador, talvez comprendería que la vida es igual en todas partes y que sufre igualmente y aguanta el mismo calor o frío adonde uno llegue. Pipino pensó que el cambio no era posible. No de otra manera eligió con seguridad la vieja casa rancia y solitaria. El argumento de Pipino con que afirma la no salida fue escuchado una vez, dijo, Ponciano y Hebert regresan quejosos y viejos a confirmar un supuesto fracaso, ¿de quien? Preguntó Pipino, de los que se fueron o de los que no salieron, contestó él mismo. Pipino fue el solitario. Inclinaba la cabeza de pelo negro, no hablaba al mirar el techo, esperaba el plato de comida sentado en la pequeña banca de madera, toda la mañana estaba en el rio soportando el calor o el frío, buscando ilusiones en los socavones oscuros de la rivera, viendo esa agua que no regresa, temiendo la profundidad en que había visto perecer a varios hombres, pensando en las cuevas dentro del agua que se tragan a los hombres. Un remolino traía la fuerza desde el fondo, un hombre allí perecía enseguida. Pipino fumaba el cigarrillo alejado del mundo de los negocios y del conocimiento.
Hombre armadillo, metido entre las matas verdes, escondido dentro de la tierra arañada, camuflado entre la vegetación. Guaquero en las noches buscando luces de las almas dueñas de los tesoros. Derrumbaban cimientos, socavaban la raíz de los árboles e invocaban las montañas para que abrieran sus fauces. Una luz en la noche ellos la seguían, en donde desaparecía hacían un hueco, o compraban la tierra a fin de hacerse ricos con los tesoros escondidos. Esa luz decían confirmaba el alma de alguien que escondió el dinero debajo de la tierra. En la búsqueda entre las cuevas y hondonadas proliferaba el comején y las hormigas menos los metales precioso. Los hombres regresaban tapados de garratapas. En la lucha las hormigas vencieron al comején y el comején venció a las pulgas y las pulgas a las niguas. De donde surgió una guerra entre el pueblo de las niguas, llamados los niguateros y el pueblo de las pulgas, de nombre los pulgosos. El mercado de las pulgas nació en este pueblo. Cuando había cosechas de niguas este pueblo se venía hasta el límite del otro y desafiaba a los pulgosos. Los niguateros andaban a pié limpio y por esa condición confirmaban la afición a esos diminutos animales alojados en la uñas de los pies. En épocas de frío en el pueblo de los pulgosos, las cobijas salían a las calles arrastradas por estos pequeños animales y los hombres se trasladaban al límite del pueblo a desafiar a su congéneres niguateros. Siempre tenían argumentos para hablar mal contra los vecinos, los de las niguas se creían de mejor familia, tanto que el papa nombraba obispo de su feligresía y los pulgosos creían tener la mayor rata de sacerdotes por habitante cuadrado. Luego los pulgosos recobraron presencia y orgullo cuando comprobaron que en las grandes ciudades las pulgas viajaban en los buses, esperaban el transporte en los teatros y en las reuniones religiosas. Las niguas desaparecieron en los hombres de ese conglomerado humano cuando usaron los zapatos Niké
Hombre vegetariano, vive de hierbas y usa la madera para cortar los vegetales. Ejemplar humano perdido en el verde, salía a buscar alimentos. Prototipo del hombre colonizador, pobre y luchador, cuando llegó encontró la tierra ocupada y los cerros inservibles y ocultos, huecos improductivos e inhabitados. La mayoría no hallaron lugar para vivir, pues la inmensa minoría tomó la delantera y ocupó las mejores tierras y nombraron los troncos familiares con los mejores apellidos, que hoy aparecen como fundadores de las ciudades, orgullo de la colonización.
Hombres soñadores de grandes alas, reúne las cualidades anteriores, experto en exageraciones y embustes, teórico del éxito en la vida. Mentiroso, estafadores, venden bienes ajenos, conquistan mujeres en horas, se disfrazan de embajadores, utilizan identificación con apellidos poderosos, son los artistas de la conversación, pero como delincuentes ingeniosos paran años en las cáceles. Exageran para agrandar las cualidades, por ejemplo dicen, esa mujer es una virgen, carga trapo para robarse un mojado, tiene tres velocidades, despacio, mas despacio y parado. Usan el sentido común, más no la inteligencia.
Más adelante, el hombre de cemento, troquelado, escalonado, derramando deseo. El hombre de la llanta y del aceite, calentarán la tierra.
El tele hombre con la cabeza cuadriculada y el pensamiento enrojecido.
El último hombre destruirá la tierra, no habrá super hombre, eso ya lo confirmaron investigadores de otras culturas. Hebert y Ponciano regresaron de la tecnología a la montaña Alegrías huyéndole a los adelantos, pero encontraron que en el Valle todavía existe el miedo y la vergüenza. Seguirán hablando de cómo el Valle subsistió en medio de la ignorancia y de cómo la tecnología ha realzado y distinguido a los bárbaros, en un estado paradisíaco de los tiempo nuevos. En el corredor de madera de la casa en Alegrías consumen un trago de ron, miran la extensa hondonada a lo lejos. No siente miedo, ni vergüenza y por su madurez intelectual no hay temor en el futuro inmediato, pues ya pasó hace rato. Eso es lo que dicen.
Solo hombres, no hay espacio a las mujeres, sostuvo Hebert.
Ponciano quedó en silencio.



Ponciano frecuentemente llevaba una camisa blanca, ajada en las mangas y abotonada en el cuello. En el bolsillo de esta atractivo y eterna prenda portaba un diccionario en miniatura que leía mientras caminaba. Ayudado con el diccionarito empezó a hablar con palabras rebuscadas. Aprendió el significado de la palabra plagio y su grupo de amigos hicieron promesas de nunca incurrir en esas ligerezas intelectuales. Un escrito con destino al periódico Atalaya era revisado a fin de evitar una posible copia y el arte de escribir conducía a evitar las ideas de otra persona. Ese intento contribuyó a la originalidad de los nuevos literatos del Valle. Ello es comprobado cuando Hebert recuerda a la primera novia que conoció en la ciudad, a quien refirió la extensión de los campos Elíseos de París y la importancia de la cultura Maya. Ella quedó impresionadísima y convencida de que él había visitado a Europa y Méjico en varias ocasiones. Ponciano sacaba el pequeño libro y lo abría en las páginas buscando términos al azar y las palabras desconocidas serían utilizadas en ese día. En esas aperturas encontraba palabra que utilizaría a fin de asustar a los interlocutores: irrisión, conspicuo. Soprendía a las muchachas y tomaba un aire intelectual. Con la palabra “dizque” sembró varias polémicas, pues cuando en los escritos querían descalificar un argumento decía, alguien dijo dizque no existía el analfabetismo. Hebert no perdía el tiempo y consultaba la biografía de Bolívar, Santander y refería chistes del general Maza, hombre de Antioquia que dejó historias en las montañas debido a su arrojo e ignorancia. Hebert consultaba a Ponciano acerca de las palabras que no entendía en las biografías, como epitafio y plenipotenciario. En vista de que el diccionario era una miniatura, no pudo encontrar una palabra que calificaba a Bolívar de héroe circunstanfláutico. Dijo Ponciano esa palabra se encuentra en grandes diccionarios como la enciclopedia Espasa. Esta enciclopedia fue señalada como la primera muestra de dominio cultural, antes que el dominio económico. Ponciano hablaba con prepotencia y la única arma era el diccionario, si quería insultar decía, filipichín. El ofendido inmediatamente preguntaba a otra persona el significado de ese insulto y entraba en una depresión progresiva. Cuando se enfrentaba a una mujer no era capaz de usar el diccionario y sentía una incapacidad invencible. En una ocasión quiso decir una frase a una mujer, y dijo: quiero besar sus espaldas. Ella pasó de largo y ni siquiera dejó espacio para que observara la admirable depresión anterior. La polémica con el revoltijo de palabras, dio expresiones y acciones sectarias, así un profesor que debía calificar la conducta cada vez rebajaba dos puntos, argumentando que Ponciano sufría de delirios de grandeza. No se sabe quien había consumido agua proveniente de la mina en mayor cantidad, si Ponciano o el acomplejado profesor. Entonces se nombraron los Hombres del Diccionario. Estos hombres cuyos nombres fuera de los conocidos son Rubén Dario, que sostenía que su madre le puso ese nombre imitando al poeta nicaragüense, Hernán y Mario un artesano constructor de buques. La principal fuente de información que elos exhibían en las conversaciones estaba contenida en las lecturas dominicales de los periódicos, en donde diversos escritores y críticos cumplían cada semana la labor de divulgación literaria y artística. Alli publicaban capítulos de novelas ganadoras de concursos literarias, análisis de las mismas novelas y encendidas polémicas. En esos periódicos dijeron que Cien Años de Soledad era una novela vulgar y atrevida en el lenguaje y dieron a conocer las nuevas tendencias literarias entre ellos a Héctor Rojas Herazo y partieron la historia literaria entre un pasado moralista y una literatura universal y creativa. Ahí conocieron a los poetas de Bogotá y Medellín que se orinaban en las iglesias y leían los poemas escritos en papel higiénico. Esas nuevas tendencias para nada influyeron en sus gustos, pues era una revolución en las formas y lo que necesitaban en el Valle era una revolución contra la miseria y el hambre de cultura. Un joven que llegó hacer una visita de pocos días de la capital trajo consigo el libro “Así habló Zaratustra”, y fue leído por Ponciano en un día y poco entendió ese lenguaje de las esencias. Un libro que ganó adeptos en varios cursos fue ”Como hablar bien en público”, obra que representó una necesidad de pulimento y elegancia en el buen hablar. Los ejercicios para hacer una voz uniforme y transparente ocuparon varias horas diarias y proliferaron los discursos en los actos públicos. Rubén Dario saludaba a Ponciano con: hola diccionarísismo.
Mario, el artesano constructor de barcos cuyo origen fenicio no ocultaba, poco ante del éxodo difundió un texto de Sidharta en que al contestar una pregunta en el sentido de qué sabía hacer dijo: espero, pienso y ayuno. En este momento surgió una oposición al deseo inmigrante y fueron nombrados “Los Topos” prefiriendo tomar cerveza y enamorar las muchachas del servicio. Los hijos de papi cuyo problema no era existencial sino sexual, deambularon en los parques de la periferia y frecuentaron fondas sin vigilancia en donde hallaron a las mujeres del futuro. Criticaron a los hombres del diccionario a quienes calificaron de personas de intereses abstractos.


Todos los hombres resumen uno solo y ninguno de los tipos mencionados pertenece a la textura humana de Hebert y Ponciano, suspendidos en el tiempo deambulando entre los arroyos de luz y las cloacas callejeras. Esperan la luna recostados sobre el césped, mientras los dueños de la vida comerciaban con la carne exprimida expuesta en el mercado. Aún los hombres se mueren de lepra y otros mas pobres son aislados a fin de evitar el contagio de la tuberculosis. Viven entre la mayoría que muere sin saber el motivo del fin, cuando la otra parte con la vejiga llena y el corazón contento, mantienen el sudor estancado y miran el último pedazo de la iniquidad femenina, visitando los prostíbulos y pagando la felicidad. Esperaban salir de la caverna en un barco aunque lo hayan rescatado del fondo del mar, o un tren con tres velocidades que recorra las montañas. Mario el constructor de barcos, ofreció uno con las velas blancas y la canoa negra, pero ellos no querían un viaje simbólico, la suerte estaba echada. No sabían la razón del desasosiego y lanzados en el mundo querían un cambio absoluto. Cada día que pasaba pensaban que este mundo no pertenecía a ellos. Su amigo Pipino no quiso la aventura. Mientras exista el hambre y la miseria existirá la inconformidad, decía Rubén Dario en una de las veleidades literarias. El asunto era de estómago y poco de letras. Presumiblemente la lucha tendría que ser social y luego subir de nivel hasta donde la cultura comunicas sus improntas al cerebro. Estas palabras de Rubén Dario no las tomaran en cuenta precisamente por esa razón intrínseca de lo que había dicho. Ponciano escribió en el periódico sobre la importancia del baño diario y que su desatención conducía a un largo embrutecimiento y fue condenado a un escarmiento al tocar temas prohibidos. Dijo el que se baña se puede convertir en eucalipto, espíritu de gato, abejorro. El que se baña llama el bostezo y combate el pudor. Declarado reencarnacionista al haber mencionado el espíritu de gato en su afán innovador. Seguidamente tildado de arrogante y fuera de concurso fue elevado a la categoría de declamador contra su voluntad y a fin de evitar lanzara ideas de su propia inventiva lo convencieron que declamara las poesías de otros. Tuvo una época relámpago de fulgurantes éxitos declamando “El duelo del mayoral”, “Porqué no tomo más” y una u otra poesía a la madre. Así realizó funciones a las señoras descalzas, a las jóvenes del corazón de Jesus. Hizo llorar a las señoras del Club y lo convencieron que no pensara ni escribiera en los periódicos, que los pensadores habían escrito las poesías que él declamaba. El último ejercicio de la inteligencia lo culminó cuando actuó en un drama de tres actos a la usanza antigua. En el primero lloraban las jóvenes y las señoras, en el segundo lloraban los hombres y en el último lloraban los tres estamentos sociales. Los asistentes debían llevar pañuelos para enjugar las lágrimas, cuando Hebert el actor principal terminaba llorando a los pies de la madre. Dijo Ponciano revisando este recuerdo que a nadie extrañaba un lloro tan grande y prolongado de la ciudadanía y trajo a la memoria como en Grecia prohibieron las tragedias que alteran los estados emocionales del público. Sin embargo, en otro escrito criticó a los monaguillos y se declaró malabarista y elogió la estupidez, como primera producción humana de esta comarca. Criticó el club, las asociaciones de ociosos. Antes de aceptar la expulsión declaró su interés en dejar embarazadas a todas las estudiantes del colegio de señoritas. Hebert no se quedó atrás y declamó una poesía en donde proclamaba la revolución social. Declarado terrorista y arrogante fue despreciado con afición y silencio. El líder de las estatuas dijo que en boca de los periodistas estaba el ateismo confeso. El castigo lanzado contra Hebert de ponerlo a hablar en público leyendo biografía de héroes, mantuvo en vilo su afición a dirigirse a los amigos y a los asambleístas y después del castigo siguió refiriendo ideas de otros con seriedad y ocultando los plagios y especialmente su propuestas de solución de los problemas. Habló de la sublimación como el mayor mal de la modernidad; dijo bajo esa idea rebajamos la vida, al sublimar el deseo de comer el hombre se vuelve flaco, que es una idea de dificultad y ausencia de pensamiento. Desarrolló ideas que nadie tuvo en cuenta, a los escuchantes les gustaba la música de sus palabras, la entonación del labio semi torcido, pero lo que decía no convencía a nadie, una vez denostó de los confesores, de los metodistas, se declaró acontista, que hace disparo al are y nadie se dio por enterado. Rubén Darío lanzó un periódico en que los escritos fueron pegados en un empaque de fique y sujetado en la pared contigua a la alcaldía. Allí consignó el deseo de que dejaran jugar billar a los jóvenes y de que no los condenaran a asistir al prostíbulo en la primera experiencia sexual, en caso contrario a la masturbación debían quitar ese perfil satánico. A pesar de las quejas, esperaban la noche para burlarse de la autoridad y el paso lento de los borrachos que en el día oficiaban de moralistas. Sucedía como en todo el mundo que las ideas solo bullen en la cabeza de los pensadores y cuando salen al aire su acción desaparece y se convierten en soplo sobre los oídos y en suspiros cuando salen convertidas en frases de amor. El día que pronunció una poesía toda la atención fue puesta por censores y moralista, especialmente cuando decía, y yo me la llevé al río creyendo que era mozuela, pero tenía marido. Ponciano respaldo esta revolución de las ideas y dijo que en el futuro habrá guerras conquistando las cosquillas y los bostezos, pues en esta época ya no se usan y eso ocurriría cuando se haya transformado el cuerpo en una piedra. No podemos seguir embrutecidos en medio de los hábitos y criticó al empleado del Terminal, que llegó a un abismo adonde había caído el bus a cobrar el pasaje a los que no habían pagado. Esa discusión ética recorrió los locales del mercado y no se sabe que rumbo cogió, pues de allá no salió.
Otro día Hebert escribió un artículo en el periódico y dijo que no era posible que el nombre propio de las personas pasara a segundo plano y los apodos fueran el nombre propio. Un grueso diccionario contiene el apodo y la familia correspondiente, resumió en el escrito. Un apodo es la mayor incultura y desconocimiento de la dignidad personal. Hubo diferentes críticas a sus ideas y los amigos del apodo, defendieron una costumbre auténtica, que el apodo reivindicaba el pasado de las familias y una característica del tronco familiar. Asistieron a la puerta de la casa de Hebert a reclamar los siguientes troncos familiares maltratados por el ataque a los apodos: Boquepato, Cabezón, Cumbamba, Chirrillas, Chispas, El Aburrido, Mojojoy, Patequeso, Perjuicio, Pirangosa, Zamarros, Volador, Verdolaga. Hebert explicó a cada uno de los reclamantes el criterio del artículo y prometió para la próxima edición hacer una nota aclaratoria diciendo que estos troncos familiares se encontraban a gusto con los apodos. No dijo en el escrito del periódico que a todo el conglomerado social lo llamaban “Los Tullidos”, en razón a que en la entraba de la ciudad había apostados cinco o seis paralíticos pidiendo limosnas y en la salida había igual número de inválidos en la misma condición.


Acostumbrados al olor del campo, el cuerpo una realidad aparte. Se conoce que los muertos demoraban la descomposición protegidos en la costra de mugre. Después de cinco años estaban enteros y horriblemente muertos. Hebert conservaba costras de mugre en el cuerpo y las prendas de vestir permanecían en su cuerpo tres o cuatro días. Las normas de aseo rigurosamente protegidas, no contra la mugre sino a favor del crecimiento. Rubén Darío al responder estas reflexiones consulto la enciclopedia Espasa y regreso de la biblioteca después de consultar gruesos volúmenes que no habrá extrañeza posible, solo la vida produce olores, una piedra no huele a nada. El aseo favorecía la desnudez y con la idea de que la cáscara guarda el palo, buscaban proteger el cuerpo de la luz del sol, única forma de ocultarlo de las miradas. Los cuerpos sufrieron de la falta de vitamina que provee la luz solar, la vitamina D, dio un informe médico ambulante procedente de los Cuerpos de Paz americanos. Existía una vigilancia de los regentes del colegio y el que buscaba agua mirado de soslayo, al sospechar la masturbación mientras el agua recorría los vericuetos, aparte de que el líquido bajaba de la montaña encajonado en la transparencia y escoltado por el silencio.
El cuerpo desnudo en la arboleda elevaba los deseos, potenciando los miembros ante la prohibición. No se escapaban los niños, ni las niñas, sin distinción de cuerpos. Proliferaban las relaciones entre jóvenes y la iniciación sexual tenía diversos objetivos. Todo lo que estuviera al frente y fuera caliente vendría a ser un objeto sexual. La satanización de la masturbación llevaba a los jóvenes a la palidez reiterada de la culpa y los regentes felices sentando cátedra en una materia en que nadie es autoridad, excepto los moralistas y racistas. El corazón cantaba opciones de vida, el riachuelo suave y juguetón invitaba al amor y el sendero pequeño y borrado invitaba a romper las normas del templo y de la retórica. En tiempos recientes cuando un moralista gordo decía que eran pájaros pacíficos, apareció una calle interrumpiendo la arboleda, el sellamiento de la maleza contra las puertas de la ciudad, la tierra negra ocultada en las torres de un templo. Desaparecen las palabras y viene el deseo en la tierra que soba la piel caliente y la hierba en los pliegues de la mirada alimenta un deseo de traspasar la tierra. El mundo encorvado resiste la presión de nuestro vientre. Escasas fuentes surgían en las afueras de la ciudad y en caso de hallarlas entendidas como mensajes de los dioses. No estábamos en la cultura que peina el cabello dulcemente, sino en un mundo pequeño gobernado con principios. Los malos olores en espirales subían al cielo y nadie enfilaba la crítica, solo que los agujeros de la nariz estaban gobernados y adiestrados de acuerdo al viejo y rancio recuerdo. Existía la caverna en que los olores educaban y quien aparecía bañado provocaba la crítica, el agua de afuera te ha hecho daño, decían. De cerca apestan a sudor de cuarenta días, a rata muerta en las cuevas debajo de las casas, a lagunas de agua podrida. Las mujeres antes que rancios perfumes dejaban transitar en sus pliegues grandes y untuosos vapores.
Ponciano hermoso en el cabello resuelto, triunfador cuando caminaba libre, fungía fuera de la norma frente los humildes que la cumplían, confirmando la prohibición al usar el agua para embellecer y limpiar los pliegues del cuerpo. El sexo descendía hasta la costra, Sade en América. Ponciano tenía agua todos los días, ellos como él tratados como dioses, en vivienda de nobles, olor de efebos, vestidos de cortesanos y silencio divino. Los perfumes devanaban la naturaleza y la ausencia de trato no ameritaba perfumes, atractivo placentero. Aunado a ello los vestidos cubrían el cuerpo durante una semana y el mayor cuidado mantener el vestido limpio, aunque el olor y el color cambiaran inexorablemente cada segundo. Un día cuando el vestido era nuevo o limpio, el día de mayor libertad la esperanza salía en los corazones, los novios pasaban las narices entre la ropa y besaban los cuerpos. Una economía de guerra; el pueblo debía subsistir en condiciones absurdas y crudas en espera de que finalizara el sitio, después de seis años en que los enemigos no dejaban entrar el agua apoderados de la mina de mercurio. Las potencias querían dominar la mina y generaron una guerra sucia sin agua. No la dejaban entrar los propietarios de la mina en la cabecera de la montaña, allí reunían el agua de uso general para limpiar el mineral abundante.
Al principio la mirada horizontal, un hombre sucio cruza la calle detrás de un ternero, un perro igual de sucio pero huyendo de las patadas humanas, las cosas cambiaron cuando el hombre encontró el agua y abandonó la guerra. Hebert y Ponciano estuvieron tres días en el río con sus días y noches, nadie aceptó ese retiro, pues era una traición a la moral y supusieron todas las violaciones. Imaginaron los tabacos incendiando la pradera, los sexos en batalla campal de espadas, jornadas en que abrazaban el mundo siempre redondo. Dijeron que adoraron sus propios cuerpos, que el vicio y el sexo eran los recursos de los solitarios y nadie vio con buenos ojos el retiro. No entendieron o no supieron qué decidían en el retiro, habían elegido ser los inmigrantes abandonando el territorio del absurdo, buscando la diferencia en la apertura del futuro. Allí firmaron el pacto de la huida, pero no estaba permitido salir rompiendo las amarras, fueron condenados a la miseria. La primera lucha huir de la miseria. La miseria ante el miedo de salir. Antes que recular tenían que coger amor al agua, antes que huir tenían que oler ropas suaves y amar la cocina sin cenizas y las ollas sin hollín negro, solo cuando comprendieron que el mundo estaba al otro lado y que a este lado vivían como burros, igual que en Macondo, pudieron hacer el recorrido tragando el polvo del camino, traspasar la inmensa vegetación, con el odio y el hambre a cuestas y lo que reencontraron fue la nueva caverna, cuyo principal artefacto animador de esta fase de la humanidad: la televisión. La infelicidad de los nuevos tiempos, no era el hambre o la falta de ropa, sino la falta de un televisor. Otro beneficio de ese cambio de domicilio y de civilización fue que los colchones ya no era de tabla sino de espuma. Los fogones no usaban petróleo para hacer la candela, sino que existían otros elementos minerales humanizados. Existían empresas y contratos, con lo que llegaron los días de la quincena, la semana santa vueltas vacaciones sin religión, el día del onomástico personal festejados con flores y licor. Existía el extraño que aunque sin dirigir la mirada debía ser tenido en cuenta, en las colas para solicitar algún servicio, en los paraderos de los buses, en la reunión de los escenarios culturales. Supieron que había ejércitos preparando la revolución, que las mujeres nunca dejarían la mini falda y el mundo era ancho y ajeno, especialmente ocupado por poderosos propietarios, que aunque hablen de humanidad, nunca comprenderán la importancia de la solidaridad. Muchos años fueron felices con el tiempo ocupado viendo pasar carros o la te ve, pero ese medio corroyó los orígenes y necesitaron salir buscando otra caverna. Todas ellas iguales. Hebert recuerda sentado en el cerro mas alto, la montaña Alegrías y teniendo en frente el Valle de las Estatuas. En su mente surgen apretujadas las imágenes, unas de protesta y otras con sentimientos idílicos, pero en general mostrando una derrota que hoy celebra pensando, puesto en la bisagra que divide un pasado en la imaginación y un presente que desmiente los grandes relatos, desaparecidos en el mundo y que todavía rugen en el valle. No es sino ver las celebraciones del natalicio o de la fundación del Valle. Las publicaciones en donde todavía hacen fila la muchedumbre levítica, los ineficientes funcionarios públicos, los grandes amasadores de la fortuna, que al decir de los provincianos reseñadores fue hecha con inteligencia, talento, intuición y la sagacidad para llegar bien lejos. Publicaciones llenas de adjetivos mentirosos, palabras sentimentales, fotos de viejos y viejas montados en la rueda del poder, dando órdenes aún de cómo debe ser el comportamiento. Al final de la calle el periodista pagado y comprometido con un pasado insostenible y mentiroso. Desafortunadamente no sabían que Dios había muerto, ese rumor no ha llegado, las orejas de los poderosos son los para rayos de lo nuevo, las vallas propagandísticas aseguran la muralla contra los rumores contaminantes. Ponciano y Hebert no quieren recalcar ese acontecimiento en este tiempo, esa convicción pertenece a la intimidad de cada cultura.



En las familias de Hebert y Ponciano el hecho de haber cerrado los ojos y dormir no era motivo que trajera un saludo. De la misma manera que un perro no saluda, ellos no usaban esa señal. Una estatua no saluda, así ellos pasaba entre sí. Había un silencio horizontal que estaba en las cercanías y en las noches. Los susurros de la madre, los ronquidos del gato, la flatulencia de la gallina en el corral, comunicaban la convivencia no interrumpida en el sueño. Al despertar siempre se sentían en un lugar propio; los extraños y el espejo no existían. Aun la unidad de la vida hacía coro en los murmullos del día y de la noche. El mundo nunca penetraba y esa sensación de que existiera una división no importaba, ellos estaban separados suficientemente. Un caparazón protector daba una envoltura metafísica a un mundo sin fisuras aceptado plenamente. Una separación que no presentaba orilla, el otro con una presencia deficiente y en el peor de los casos ya destruido, una pared neutra e imposible.
Cualquier cosa que falte es culpable un hermano, un plato de comida que no esté a tiempo culpable la madre. Los hombres dan portazos y golpean las paredes. Las habitaciones, el corredor y el baño son un campo de batalla. Los niños discuten, lloran y gritan, mientras Olga da vuelta al molino y llora desconsolada. Nunca dan las gracias, nunca ayudan en nada, dice con las lágrimas. Maleducados, agrega. Sin embargo después que la casa queda sola no puede respirar, debe preparar el almuerzo y una nueva batalla campal, la sopa no es suficiente, debe cuidar el almuerzo de los pequeños, una guerra parecida a la vida. En la noche no acaba la preocupación, hay un racionamiento de luz, los lunes, miércoles y viernes quitan la luz en la noche hasta las diez y deben preparar el día siguiente y las tareas de los niños con velas encendidas. Cuando iban a la iglesia en la madrugada el día pasaba mejor. Antes de regresar a casa tomaban un café en el local adyacente a la iglesia, allí estaban otros vecinos eufóricos también de estar en los oficios religiosos de la mañana. Salín desde las cinco y recorrían las calles entonando cánticos, mientras el cielo iluminaba la ciudad al amanecer plenamente.
Todos los males y los bienes existían hacia adentro. El mayor bien la vida y el mal no existía. Los males, considerados como normales, tenían como causa la vida misma y la continuidad de una herencia aceptada absolutamente. Los mayores con la mirada puesta al frente daban gracias siempre y ello aprendido ciegamente. El hambre y la mala alimentación, la falta de vestido representado en tener solo una muda, igual a un aguacero de horas o un relámpago en la oscuridad del cielo. El mal no amenazaba desde fuera, sino desde adentro, la culpa se convertía en paz interior y el pequeño fuero de energía resistía ampliamente, una vela contra el viento. Entonces cuál es el objeto de decir, buenos días, si todos los días empezaban iguales. El padre de Ponciano después de las seis de mañana no estaba en casa.
Ellos salían eventualmente y saludaban a los paseantes en sentido contrario. Aparecía el espejo en un hombre desconocido, el paisaje en los caminos silenciosos, la bestia cuya cabecita inclinada imitaban los hombres y alegraban a los patrones. El cielo con las nubes inquietas y juguetonas, el horizonte con el azul de la montaña, el aire lejano y el ambiente lleno de olores nauseabundos unos y otros naturales. Los paseante inclinando la cabeza, detrás de la bestia cansada, o de la recua arrastrando los productos. Esa realidad no lograba convencer a esta comunidad de la convivencia y al regresar al redil, de nuevo la casa solitaria y la insolidaridad, preparada en oraciones que no servían para nada, pues los milagros nunca existieron. Sin embargo la madre de Hebert siempre esperaba un milagro y en esa espera se consumía la vida. Hacían milagros a los ricos, que siempre aportaban dinero a las imágenes que regularmente sacaban con el fin de conmover los sentimientos económicos. No faltaba la recua de humildes poniendo el rezo y la ignorancia y esa espera que hemos mencionado. Otra vez desaparecía el espejo y la cara del hermano o de la madre no decía otra cosa, sino que la vida existía sin copias y solo existía una unidimensional e inmóvil.
Olga la primera que se levantaba y la última en ir a la cama, si es en la mañana el más pequeño enciende la lumbre mientras los otros duermes en el salón y en la noche recoge la ropa sucia y prepara el agua de panela caliente que quitará el frío de la noche y también servirá en la mañana siguiente. La comida deberá estar lista sino los hombres cogen rabia con ella, la harina para la arepa, el agua de panela para el chocolate y luego la ropa limpia y aplanchada, sino está aplanchada y limpia los estudiantes no va al colegio y es una retaliación. Entonces debe de nuevo coger la plancha y la ropa deberá quedar como dice el que la va a usar. Augusto sale a las seis de la mañana y regresa en la noche. Algunas veces sabe de las batallas cuando Olga considera que los protagonistas han pasado los límites que ella no aceptaría, entonces golpea y castiga.
El último habitante de la noche cerraba las puertas, hasta que los gallos cantaban uno después del otro. Una noche Hebert y otra Ponciano, nunca coincidían en las noches. La noche no era de guerra o preocupaciones, simplemente los fantasmas deslizaban las narraciones en la boca de los hombres en las esquinas. Mientras tanto la oscuridad y al fondo las luciérnagas, carbones encendidos en la inmensidad. Rubén Dario y Mario, el artesano constructor de barcos, esperando a los amigos para dialogar en la esquina o en la calle solitaria con el deficiente alumbrado, o en el edificio oscuro con las columnas descubiertas y sin terminar. El carro pegado a la calle como la mosca en la telaraña.



Lo poco que existía reino de todos, logrando que lo mucho también perteneciera a todos, especialmente el hambre y la soledad. La comunidad de la escasez determinaba el mundo, la resistencia a la adversidad y la indiferencia de los mayores. Nunca pensaron que el mundo fuera obra de los hombres, de alguna manera hubiese surgido la crítica, señalando que esto pudiera haber sido de otra manera y por consiguiente el atentado contra el orden y el resentimiento. Al contrario la escasez fue el rejo que los mayores aplicaban. El ordenador social indicaba el temor a la muerte, no la muerte que dieran otros, sino la muerte de las desgracias como un incendio que consumiera las casas de madera; o el decaimiento normal de la vida misma; la muerte a causa del hambre no ocurría, la vida era una prueba fehaciente que de hambre nadie moría. Hebert y Ponciano flacos e invisibles, con mirada torva y absurda. Solo existía el corredor del inmigrante, pero existía el miedo de perder, perder ¿que? Sin embargo lanzaron el dardo y leyeron los periódicos que informaban de la vida al otro lado de las montañas, oyeron la radio con la nueva vida y los viajeros agudos observadores y memoriosos, narraron las maratónicas avenidas y carreteras del exterior. Augusto el comerciante trajo la noticia de cómo vivían en las ciudades, los cambios que sufría el mundo, habló de hombres diferentes, no la repetición de las estatuas, sino que trajeron la noticia de afuera de la caverna, en donde la materia se había ampliado y las fuerzas no se circunscribían a destruir el mundo. Los sobrantes animales esperando cumplir el ciclo y los mayores con arrogancia, pensaban que la naturaleza estaba de su lado, el solo hecho de sobrevivir una garantía hermosa y usaban algunos privilegios. El único privilegio la insolidaridad. Una ley: si alguien sin pies debía trasladarse de un lugar a otro, debía hacerlo en su tronco, los mayores enseñaban esa ley de la vida. Hebert vió muchas veces esta imagen, verdadero paradigma. Un hombre atropellado por un carro nadie lo recogía. Los mendicantes a la entrada y la salida. Si un hombre desaparecía, ellos no daban un plato de comida. La indolencia generalizada mantenía el mundo del aire quieto, el mal olor de las calles solitarias, la indiferencia de los intereses personales, pero había quien no participaba de la reunión, Mario, el artesano constructor de barcos, solo algunos hablaban entre si y había otros sin la dicción de la palabra, sin la frase del pensamiento, solo arropados con la rabia y el ensimismamiento. La única realidad una muerte pobre, identificada por Fernando Gonzáles años atrás. Augusto salió de la caverna, huyendo del horror y el hambre, encontrarían una nueva hambre pero estaban afuera, pronto se desilusionarían de la nueva vida. Cuando Augusto salió del Valle contrato una chiva, llenó las sillas de enseres domésticos y los pasajeros sin gallinas pero con amor, sin ramas pero con deseos, llegaron a las avenidas y las calles de la gran ciudad. Soportaron el asfalto caliente, las puertas vigiladas con hombres armados y conocieron que las mujeres no eran vírgenes en nichos abstractos, sino que ellas intercambiaban favores por dinero, propiedades o extraños amores. Descubrirían que aun con calles y edificios, ventas y cafeterías inmensas el hombre citadino seguía viviendo al estilo de burros civilizados en la tele, sentados y deglutiendo frente a ella. Esa crítica la harían mucho después, mientras tanto sigamos repasando la caverna de donde huyeron.


Lo que no producía miedo cabía en los dedos de una mano. Ningún miedo a desaparecer en la ciudad, cada habitante nació con las calles en la mente, un a priori del espacio. En esta época Hebert podría decir de memoria qué personas vivían en cada casa desde la cabecera hasta la periferia, sin dejar de nombrar a ningún vecino, aunque en su vida no hubiese atravesado palabra con ellos. Tampoco temían el rezongo cansado de las campanas llamando, ni a los continuos llamados del ternero a la vaca y viceversa.
El miedo una nata que inventaban los hombres desde niños y dirigida a ellos, cuidadosamente segregada con la ayuda de padres, madres y hermanos. Un estado natural como el hambre o el aire en la naturaleza, si hubiese el libro sagrado del Valle de las Estatuas sería… primero fue el miedo y de ahí en adelante el mundo hecho a imagen y semejanza. Temían los golpes que produce una caída, al dolor del cuerpo en un enfrentamiento callejero. Miedo a una mano rutilante contra el cielo de los ojos. A una cuchillada que cercenara el brazo, asunto de común ocurrencia, a la patada de la mula en la cara del niño, al caballo loco y desbocado con un niño gritando y prendido del vacilante cabestro. Miedo a los abismos que rodeaban las carreteras y que producían muertos con frecuencia, especialmente en la época de mayor tráfico, como la navidad. El primer miedo infundido entre los pañales y especialmente difundido por las madres inclinadas ante el menor, era la posibilidad de quedar huérfano. Siempre que ocurría la muerte de una madre un lamento recorría orando en pro de los huérfanos. La muerte producía dolor igual al cercenamiento de un dedo ¿Imaginación? La policía con los bastones de mando desocupaba las calles y deambulaban los mendigos tras un mendrugo de pan.
Ponciano en la montaña y tomándose un trago de ron con hielo concluyó que la muerte no dolía. El final sería como las vueltas de la onda antes de salir y el final absoluto cuando la piedra volaba en la inmensidad, la fuerza de la muerte. El miedo hoy reproducido con el mecanismo repetitivo de las pesadillas era caer en las manos de la policía. Hebert aún viviendo en el mundo de los adelantos tecnológicos y después de ser decididamente un hombre fuera de toda violación a la ley frecuentemente registra en sus pesadillas una imagen con olor primitivo y aciago en que la policía infunde miedo con el color verde, la condición de pelotón armado y protector del orden establecido. Son sueños dice Hebert a Ponciano con claro objetivo de producir miedo y hacer valer el papel de la autoridad como reguladora social. Un recordatorio venido de tiempos lejanos, a fin de que no olvide el miedo original ensamblado y empaquetado hace cincuenta años. Después de esa noche de pesadilla la mañana siguiente transcurre llena de desasosiego y con la sensación de haber estado en un suceso pesado y tenebroso
Los niños inventan el miedo a no hallar el centro de referencia. Este a priori del tiempo no existía, siempre de la mano del próximo pariente. Hebert frente al bulto de Ponciano y primo a la vez, no tenía que mirar a los ojos, o esperar la aceptación del vecino, eran dos elementos incoloros y sin sabor. Siempre que hubiese un rostro conocido no estaban perdidos. El día el imperio de la luz y la noche pertenecía a los fantasmas, presumiblemente los muertos todavía tenían dolor y lo comunicaban con el pesar. Ladrones saqueando edificios igual a las brigadas contra los incendios. Los fantasmas producían el dolor del miedo, que ni aun el rostro conocido podría liberarnos de el. Si presentían una sombra pastando debajo de los árboles, refugiaban el miedo detrás de las puertas. Hasta el amanecer cuando desaparecía el peligro. El borracho no quería vagar solo y decía al amigo patrocíneme hasta el amanecer y después sigo solo. La magia del día es la luz del alma. En la noche unos contra otros, unos entre otros, esperando el sueño reparador. Los fantasmas rondaban las calles y los pasadizos mentales también ayudaban a este desfile. Algunas escenas del día regresaba en la pesadilla, nadie miraba hacia la calle, bastaban los fantasmas asomados a las ventanas de la conciencia. El miedo al otro producía dolor, la noche que no querían ver. La muerte la normalidad verificable en la ropa del difunto y en la ropa del agonizante. Las pertenencias de los muertos desaparecían en las manos de los vecinos, que llegaban a dar tranquilidad con oraciones al moribundo. Cada uno en la ley, el uno moría de hambre y el otro con la barriga llena. La palabra favor no existía en el trato diario. Un hombre rabioso decapitaba un inocente a la vuelta de la esquina. En la otra esquina alguien con una cuchillada echaba afuera los intestinos del amigo mientras tomaban los tragos del domingo. El otro un asesino.


Rubén Darío y Mario, el artesano constructor de barcos repasaban las horas lentas en una calle solitaria, el silencio reparador interrumpido por la fragua, un caballo de tres patas dando caminatas con un fantasma a cuestas, las campanas rompiendo el silencio de la tarde. Un carro sin conductor cruza la avenida y nadie detiene ese auto, rey en la soledad de la noche. Las mujeres socialmente atractivas detrás de las paredes hablando de placeres que no conocen, los techos rotos con manos llenas de ojos, mujeres riendo detrás de los platos llenos de comida y los hombres ardiendo entre los cuchillos y tenedores después de comer y quedar con la misma hambre. El plato limpio a la una de la tarde, el pié en el espaldar de la silla a las dos y el dorso aguantando la transpiración a las tres y media. En la noche palabras no aprobadas, palabras desmentidas y suspiros hablando de amores lejanos. Eso era la vida, nada nuevo. Augusto lanzando las cartas en la penumbra, los compañeros de juego esperando sumar los puntos y ganar unas monedas. Si funcionaba la trampa o llegaba la carta ganadora había comida. Detrás de la puerta Edilberto, su hijo, esperaba un poco de dinero, no entraba al mundo de los adultos, ya decían que el exceso de juego perjudicaba la salud.
Hebert no pierdas el tiempo viendo las figuras del cine, Ponciano deja la amistad del extraño. Ni el uno ni el otro paraban bolas, siempre las figuras y revistas llenaban los ojos de Hebert con los jinetes de pelo refundido y los bancos asaltados, el Ponciano buscando amigos entre los niveles sociales propensos a la inmoralidad. Augusto no lances el dado, pierdes días enteros con los amigos del juego. Olga decía, de qué te sirve trabajar en el comercio el día entero, si en la noche pierdes el alma y la cartera en el juego. A fin de completar la cadena Augusto decía a Edilberto no mires la revista con mujeres en vestido de baño y éste peleando con un ejército de pulgas en las noches tibias. No podía dormir ante la picazón de las pulga y despierto traía las mujeres de las revistas a la mente. En la nueva caverna Augusto conoció la máquina traga monedas y no captó su interés, pues había perdido el dinero del comercio. Augusto nunca dejó el juego, a mas prohibición mayor apego, como si la presión externa exaltara el deseo, cuando las normas dicen no, Augusto dice si. En la lejanía de las colinas el licor rumbaban en las fondas, en los desérticos zaguanes del mercado las miradas malvadas cumplían un propósito, allí mismo la música haciendo la apología de la muerte y la velocidad del tiempo matando los asalariados entre la maquinaria.
Hebert nunca abandonó la timidez, ese miedo a hablar con el extraño y cuando tenía mujeres al frente el color de la cara subía en arreboles amarillos, verdes y rojos. La química linfática se alborotaba cuando una mujer surgía en el horizonte masculino y para desatar palabra debía recurrir a la hipnosis. Procedimiento que daba tiempo a fin de que ella tomara la delantera y con palabras suaves y desinteresadas enhebrara la tela del amor. Despertaba cuando un amigo decía: dile algo, no te quedes callado.



En ese valle solo existía en abundancia el agua y la bulla del radio. Transmisiones deportivas de días y noches enteras, los nombres de los jugadores repetidos hasta el cansancio. La música y los comediantes baratos, los dramas con el chasquido de las puertas y el sonido de los pasos al fondo de la grabación. Hebert especialista en novelas, allí aprendió a decir te amo, un trago a la mesa número cinco, allí también enseñaban a matar. El mismo noticiero se escuchaba en todas las calles y edificios. Caminando no dejaba de enterarse de cuántos casas inundó el río o cuántos animales mató la sequía. Los hombres invisibles, inaudibles que hablan como tontos, intransitables que caminan como cojos, vísceras del odio que miran torcido, recovecos del comentario que no aceptan la diferencia, bultos de carbón consumido iguales a ropa sucia y manos llenas de placer que son insaciables en los baños y una ñapa pequeña: incomprensibles en la conversación. Hebert y Ponciano invisibles por la miseria, flacos con hambre en los ojos y mirada oscura. Silencio obligado en la semana. El peor rechazo lo sufrió Hebert un día cuando dijo que la materia era autosuficiente y dio una explicación incomprensible a fin de definir la palabra auto dinámica con la que también definió la materia inanimada. Afortunadamente Ponciano la descompuso y pudo mirar el significado de cada término en el diccionario en miniatura que llevaba en el bolsillo de la camisa blanca. También se graduaron de ateos ese día como fruto de las palabras alocada pero con significado preciso. Ese mismo día dijo en su acostumbrada alocución que de acuerdo a las noticias estábamos al mando de un gobierno que usaba la exacción para acabar con el pueblo. La palabra exacción fue consultada inmediatamente y dado su significado como impuesto general. La exacción mayor sería el impuesto que pondrían a los huevos de las gallinas. Esa idea quedó como un profundo atropello a los pobres, el nerviosismo dominó a los más débiles que oyeron la explicación, pero nadie manifestó las dudas o incomprensiones, por ejemplo cómo empadronarían a las gallinas y qué métodos usaría el gobierno para saber cuántos huevos ponían diariamente y en donde estaban los gallineros. Ponciano colaboró buscando el significado de la palabra empadronamiento y encadenada a esta la palabra contribución. Cualquier comentario lanzado a esta hoguera de sinónimos y antónimo acompañaban los desperdicios de una cloaca maloliente.



Augusto dijo a su hijo Edilberto, no hable con ningún extraño. ¿De quien debía cuidar su integridad? Entonces en ese valle de habitantes iguales los hombres pasaban sin mirar y un dialogo entre ellos extraño y mal visto. Más fácil odiar que entrar en la conversación; odiaban a lo diferente, no es lo mismo que nosotros, decía Ponciano; no lo puedo pasar, me da vómito cuando lo veo, decía Celina la hija de Olga. Odios viscerales en las entrañas del hermano, estaba del otro lado, solo al verlo pasar todos los días con esa carga de silencio, esa costumbre fastidiosa de la mirada, el perfil diario no admitía un acercamiento sino que aun viéndolo todos los días, sabiendo su identidad (idiotas con los ojos altos), de que se alimentaban (plátano cocino), que ropas usaba(una muda en toda la semana), que gritos lanzaba en la casa(hijo de putas vecinos). A veces Ponciano pasaba y oía las conversaciones, las mismas que Hebert iniciaba, los mismos odios mirando la espalda, los mismos prejuicios carcomiendo las creencias sin explicación, la misma fe que los ponía a vivir en el piso alto de la locura. Si estuviera armado podría matarlos enseguida, un pensamiento generalizado.
Una diferencia no tenía posibilidad de existir, un pelo largo en medio de hombre con cabello corto tampoco pasaba, el coro unía el cosmos entero. No había llegado la argolla en la oreja de los tiempos nuevos, o el bolso femenino en la mano del hombre, costumbre que desterró todo calificativo infamante en torno a la feminidad masculina. En efecto, ser homosexual considerado un hombre incompleto, de un solo lado faltando la vida de la reproducción, geométricamente imposible en la recta moral, la mirada se detenía medio metro antes de que apareciera el susodicho marica, mientras en el aire a cincuenta centímetros ostentaba un deseo negro. No solo ser un hombre, sino parecerlo. Existía un mundo verdadero.
Esa era la igualdad, la desigualdad de la pobreza y del deseo, nadie aceptaba que el otro existiera, la mirada del odio que siempre crece en la lejanía. La noticia de grande bandidos ( Sangre Negra, Efraín González) matando hombres que no conocen, volteos llenos de muertos regresando de la cordillera y fosas comunes que nunca destaparían. Cuando Augusto y sus amigos huyeron del Valle pensaron que hallarían hombres diferentes al otro lado y hallaron desechos o medios hombres, unos prendidos a las máquinas, otros recorriendo las calles sin mirar y la mayoría evitando la muerte en la vuelta de la esquina. Ante la nueva arremetida de la violencia, la nueva vida arropaba la lucha con decisión. En esta nueva etapa a Ponciano, Hebert, Augusto y Olga fueron acompañados de los libros, que hablaban del pasado y del futuro. Leyeron la Venas Abiertas de América Latina y Cien Años de Soledad. Sobre los libros que hablaron del futuro tuvieron una nueva desilusión, para no mencionar los libros que hablaban del pasado, pero en ese tiempo Augusto y Olga ya no existían. Los que quedaban en el camino de la vida comprendieron que la compañía de los libros garantizaban una estabilidad diferente, relaciones con la realidad en otro plano y los hombres que con esta actividad se relacionaban no eran los ciudadanos simples, los de menos sociabilidad, sino visitantes de las bibliotecas, de los actos culturales y el deseo de cambio social generalizado crecía como una atmósfera. Con estas percepciones pudieron ver la realidad de la nueva caverna. Pronto comprendieron que la caverna dejada no era la definitiva, sino que el hombre andaba de caverna en caverna y la lucha crecía para no dejarse sujetar. El Valle de las Estatuas descansaba lejano e inabordable. Habían dejado a Pipino, que aún vivía entre las montañas y el miedo, con deseo ferviente de no salir. Cuando estaba en la plenitud de su juventud vivía en una casa de madera de dos pisos, con un amplio patio lleno de hortalizas y maleza. Perdió los padres y los tíos pretendidos propietarios empezaron a cerrar el cerco y le quitaron la huerta y el patio, luego un piso de la casa y ahora vive reducido en un cuarto. Pepino dijo, aquí en el Valle me entretengo jugando a las cartas y al billar. Cuando vengan me buscan en el billar, dijo a Hebert. Ponciano había comprendido que la caverna era un mundo de sombras, reflejadas al frente por una luz dada en la misma realidad y que existía una caverna cósmica de donde se salía con la muerte. Trataba de recordar la antigua caverna, que todavía rasgaba los interiores de sus sentimientos, como una forma de aliviar el peso de un pasado, todavía vivo en la memoria. La verdadera fuerza del pasado está en el presente que nos duerme y nos dirige a la muerte. Sentado en una silla en la casa de la montaña Alegrias, veía las diferentes extensiones de las montañas, los pequeños poblados de una civilización que lucha por la ternura, pero que está carcomida en la violencia, especialmente nagando los derechos a los niños y a las mujeres No solo es violencia matar un hombre con un cuchillo sino golpear a los niños, el abandono y en especial la violencia asociada al tiempo. La consigna “el tiempo es oro” de los capitalistas mata más gente que el hambre.


Las voces de los niños llenaban las casas y los cuchicheos de los adultos extendía su morbo, pero la voz de un extraño no existía. Las voces del hermano pidiendo que aplancharan la camisa, que pegaran un botón en el pantalón. La flor en la maseta anegada en agua de la mina, el lento riachuelo cruzando la hondonada, el canto del pájaro surcando el silencio de la sombra, el mismo día repitiendo el sol, el viento de todos los días sobando los sucios aleros, la nube que pasa y se ubica encima de la montaña, otro viento llevándose los malos olores de la resaca, de la rata muerta hace tres días, de la alcantarilla perfumando las calles y el olor que sale de los baños de las casa. Nada diferente, la postal repetida; la voz moralista y retorcida, el susurro apenas perceptible pidiendo un favor sexual a un niño; la muerte recorriendo la calle en ataúdes, un huérfano en la esquina llorando la soledad, la calle pequeña y ciega, río de soledad; la casa con las puertas abiertas, cueva milenaria con hollín en el techo, la cocina con fogón de tierra y los cuartos amoblados con camas de tabla. El humo de los malos olores un horizonte abstracto. Las mujeres jóvenes pudriéndose en la cocina entre la ceniza y la mancha de plátano y los hombres esperando la ayuda de unas instituciones raquíticas e inamovibles, en que el futuro conducía a la nada, pero físicamente a la nada. El bachillerato hasta cuarto grado. El que llegaba a ese grado orgulloso repetía hasta que se cansaban los profesores y lo mandaban a lavar y servir tinto en los cafés y lugares de lenocinio. Se especializaba en cuarto de bachillerato y salía a aplicar los conocimientos académicos en el oficio de lavar platos, cargar bultos, recoger hierro y venderlo pesado. Ponciano y Hebert rompieron esa cadena con la elección del estado de inmigrantes. Sin embargo los jóvenes, hombres y mujeres, de repente fueron víctimas del cólera radicado en las caries dentales, una epidemia que no podía ser aliviada con ninguna medicina. Había mas hombres con cajas de dientes que con dientes naturales. Desde tiempos pasados el hombre ha querido reemplazar lo natural, éstos por sustracción de materia y otros asas modernos, al querer variar el tamaño o la ubicación de la pieza o el órgano. Una solución que a nadie importaba, usual y corriente en el Valle, las mujeres a la cocina y los hombres a la servidumbre o viceversa. El mundo retornando siempre con las mismas premisas. Pronto nueva casa con la mugre de los anteriores habitantes, nada cambiaría, la misma postal quieta a 15 grado de temperatura, la misma flor mecida por la mano de Olga. Hebert y Ponciano leyendo pasquines del cine. En este tiempo las antenas de televisión haciendo de brújulas mentales y los muertos y crímenes reproducidos con lujos de detalles, dice Ponciano de la vida moderna. De nuevo la mirada con la sonrisa invertida, quizá una voz que levanta las matas, al otro lado una casita trampa de las palomas. Inmensos zaguanes y corredores de madera llenos de materas con flores altas y maleza ensortijada. Allí una soledad antigua, el viento viejo y extranjero, la oscuridad del miedo, los ricos felices viendo tanto pendejo junto, concluye Ponciano, después de apurar un trago de ron en estas vacaciones en la montaña Alegrías. La noticia de la muerte en otras regiones llegaba en rumores cuando un bandido hacía cortes de franela a los pasajeros de los buses. Un extraño en el zaguán, nunca. Ponciano nunca se encontró con Hebert en el zaguán, si alguna vez hubiese ocurrido, el que primero apareciera sufriría una trompada, el susto resolvería el encuentro. El zaguán pasaje entre el adentro y el afuera, allí acudía el pensamiento veloz, el arrepentimiento en medio del sudor, estaba dios perdonando a los niños y allí aparecía el arrepentimiento de haber gozado. En el zaguán invocaban la estrategia antes de salir o antes de entrar. Todos los miedos a consulta, las malicias y las mentiras pasaban la prueba definitiva. Un oráculo oscuro lleno de polvo y trebejos. A veces este zaguán cumplía como pesebrera, dormían allí los caballos de paso o las vacas que iban a la feria cada mes. Entonces el zaguán quedaba en la noche lleno de mierda y el zapato del que pasaba quedaba ensangrentado y perfumado y muy dispuesto iba a las reuniones sociales con perfume propio, fuera de la pecueca inmanejable entre los zapatos. Una casa con piso de madera, la tardanza para regresar en la noche, el ruido al caminar y la delación de la tabla. Esperar que no escucharan el traqueteo de la madera a altas horas de la noche, dar pasos de gato y aparecer sentado sin sudor y amando al patrón. Ponciano denunciando a Hebert. El detective de la televisión es héroe todos los días a las diez de la noche, recordaba Ponciano mirando desde la ventana en la noche de la montaña Alegrías, en donde los hondos socavones derrochaban oscuridad, el viento empujando el ramaje de los árboles y el pájaro quieto en su nido tratando de conciliar el sueño. A propósito, en esta montaña lejana los pájaros duermen con los patas estiradas y la nuca encima del pajarito pequeño. Ponciano sigue el viento en sus revoluciones y recuerda sin pronunciar palabra a Baretta el detective de las diez de la noche, que se disfrazaba de anciana para atrapar a los hampones. Una noche halló en el zaguán una vieja mendiga durmiendo y al tropezar con ese esperpento, corrió la noche entera presa del miedo.



El Valle un estilo de vida propio, testimonio de Ponciano y compañía. Al recibir la comida el plato lo llevaban hasta la cama, o era consumida en una silla en la cocina. Las tardes llegaban temprano y la noche de igual forma. La comida con ese tempranear de las horas se cumplía acertadamente. El sol en el declinar invitaba a las comidas, en la noche se hacía en las camas e inmediatamente ocurría la siesta hasta el otro día. En el medio día sin que llegara al partir el día con el filo del tiempo, el almuerzo estaba servido y entre los comentarios disfrutaban las amplias sillas que había en la cocina. Las cucharas brillantes hundidas en abundantes sopas y el elemento principal de esa hora la conversación y de ninguna manera la comida. La escasez contribuía a que fueron consumidas con rapidez y las horas transcurrían en medio de un hablar y hablar de los seres metafísicos que poblaban el mundo, desde los seres agazapados en las fondas y hondonadas, hasta el horror de la lengua misma de los temerosos. No solo hablaban de los seres venidos del arriba, sino de los que inventaban haciendo habitable su pequeño mundo. Así se consumía ese ligero plato de comida, poblado de elementos de la naturaleza que mas abundaban como hojas, tubérculos y demás entretenedores de los músculos estomacales. Las naranjas cogidas en raquíticos palos guardaban pocos jugos, y las cáscaras utilizadas haciendo dulce. El dulce de breva tenía acogida entre los comensales y en una ocasión dijeron no recibir alimentos si repetían el dulce de cáscara de naranja que no era del agrado, asimismo ocurrió con los fríjoles rojos, pues hubo otra protesta de los jóvenes pidiendo no más fríjoles. Las protestas vinieron en razón a que no había forma de conservar los alimentos y todavía no había llegado el hielo para que lo usaran los habitantes en general. La carne se podría ocho días seguidos esperando el consumo, pues mataban el ganado para el consumo cada semana. La carne maloliente los viernes elevaba un obituario al cielo en olores nauseabundo que festejan los gallinazos, que poblaban con generosidad los cloacas que guardaban los límite del Valle. Ante tal incertidumbre alimenticia eventualmente, la mesa un campo de batalla, una trompada y una yuca en el ojo, una lágrima mientras pegaba el botón a la camisa, la digestión inadmisible en pedorreras interminables, se decía la guerra de las horas pico. La comida acto final de todas las violencias, contra los animales, contra la naturaleza y no era extraño que en ese ambiente de violencia Ponciano y su familia se trenzara en una batalla campal, lo mismo que la familia reducida de Hebert. Trompada iba y venía, insultos a la madre que hacía la comida y los platos terminaban estrellados contra la pared. Asociaban el movimiento mandibular con la violencia al enemigo, especialmente quien está al frente obstaculizando la panorámica. Trituraban las diferencias primero entre los dientes y en especial Hebert con el cuchillo de la venganza en las manos. Ellos flacos como una mata y habladores como las loras. Un niño en la noche interrumpió la calma al gritar, no sorban que no dejan dormir. No conocían una familia feliz.
En los días las palabras poblaban los momentos de calma y las extensiones en grandes silencios violados con las voces de pájaros y el caminado de pato sobando el áspero piso. Además siempre esperaban lo sobrenatural, si un problema venía de un no sé qué lugar, hallaban la solución metafísica y también venía de otro lugar desconocido. Su capacidad dejada a la imaginación y los habitantes de los aires tenían la palabra. Preferían mirar a los cielos y si veían un grupo de aves alejarse y con aleteo persistente, dejaban la empresa a realizar, pues muchas golondrinas presagian invierno y esperar una nueva señal, el invierno venía en cosa de horas Su mayor oráculo el presentimiento, de suerte que consultaban luego de las comidas, para evitar una noticia absurda y tener que dejar la comodidad de la siesta. Paciencia sin desarrugar el tiempo. La tele decía mañana llueve y era el día mas seco de la semana, dijo Hebert esperando buen clima para bajar al Valle.



En medio del silencio Edilberto perdía la tarde con la onda esperando un pájaro de colores. Detrás de los troncos esperando que la rama del nido cayera de un momento a otro. Un día fuera de la normalidad si un niño cazaba un nido de pájaros junto a sus polluelos. Eso nunca ocurrió. Los árboles altos una muralla contra los cazadores. Abajo el verde y el polvo de los caminos esperando una sorpresa. Luego el mismo tiempo regado en la bóveda del silencio, la misma espera, el mismo pavimento.
Las lágrimas no son alimento de los árboles y en los ojos del niño humedecen el mundo, dijo Ponciano recordando su niñez, infancia que se derrumbó al pie de un precipicio. Si ellas no pueden descender a la vista de los hombres, ascienden de nuevo con el fin de abortar. Dejemos que las lágrimas den a luz y desembarquen en los pliegues del vestido. El alma no puede detenerse cuando navega en los cristales de la cara de un niño. Si un niño no puede llorar el mundo tuerce el rumbo, la humedad de las plantas ennegrece, el futuro se agrieta y la sequedad sería el lenguaje; si al lloro de un niño se agrega otro golpe, el mundo palidece dando curso a una lluvia oscura. Si el alma es negra y el sentimiento envejecido, presumiblemente cuando estaba niño no lo dejaron llorar; si mata como un sicario, otro niño maltrató su llanto en el pasado. Si golpearon su oreja cuando lloraba, no oirá el clamor nocturno del recién nacido hoy. El llanto de un niño, esa cadencia desglosada del aliento, a pesar de ser un grito de desesperación, que en esa garganta no identificamos, ese llanto comunica el filtro que todos los animales niños riegan en el mundo, así la hormiga niña llora, la serpiente niña también, todos los quejidos de los niños del fondo del mar suben al lomo de las olas y el pescador sabe en qué momento lo hacen. Ponciano y Hebert pasaban la voz de boca a boca a fin de comentar este aspecto de la vida del valle. Recientemente dijo Ponciano que un hombre declaró ante un juez que no soportaba el llanto de un niño, después de poner una cuchara caliente en una de sus orejas. A ese juez tampoco lo dejaron llorar cuando estaba niño, lo dejaban llorar esporádicamente y el momento la determinaba su padre. No pudo juzgar al criminal sin miedo y al dictar sentencia pidió un juez de reemplazo. Las noticias de niños quemados por los propios padres aparecían todos los días. En la radio había propagandas de pastillas para dormir a los niños, decía el mensaje, la pastilla que puede dormir a quince monos úsela para sus hijos. Primera intolerancia y madre de todas, concluyó Hebert.
De otro lado los niños en el valle no sabían leer y jugaban con los genitales, hacían de médicos, jugaban al ordeñador, estiraron la vagina y el pene por medios manuales, además la curiosidad de los niños cubría a todas las mujeres, escondidas detrás de las puertas y cuchicheando en los corredores. La muchacha del servicio, primera indagación de los niños. Cuando escribían amor, lo hacían con una línea basta y grande, cada letra confeccionada en madera podrida, nunca pudieron escribir con amor. Si las mujeres no se dejaron examinar ocultas en el biombo del moralismo, entonces observaron con detenimiento a los animales, de donde sacaron algunos comportamientos: la elegancia del caballo, la ligereza del gallo y la proliferación maternal de las vacas. Habría que incluir la infidelidad del perro y el horror a quedar amarrado a cualquier perra de la calle.
En un pequeño aparato de tres ruedas, reunida la fuerza e ilusión. Hierros retorcidos en las manos pequeñas, llantas cuadradas inmovilizadas, caballitos podridos, pedales imaginarios, manivelas echadas para los lados. Lágrimas y fuego del herrero destorciendo los hierros de la pequeña bicicleta.
Adelantos tecnológicos que todos los niños querían disfrutar, una pistola de juguete con tambor y pequeñas esquirlas que estallaban cuando el gatillo pegaba. El niño Dios cargado de armas en las noches dirigiendo la imaginación.
Los niños lograban sobrepasar el aislamiento en la cercanía, el laberinto de la incomprensión mantenía su mensaje, que en el afán de curiosear y descubrir abren campos de amistad y juegos infinitos, pero no lograban pasar la indolencia de los adultos. Los niños alrededor de los árboles, otros inventando comedias teatrales, los de mas allá disfrutando los paseos de olla, otros inventando cantinas para beber licor imaginario y pagado con billetes dibujados; peleas inventadas y más allá los oficios religiosos, toda la vida civil en la palma de la mano. Los vaqueros niños invadían el campo y los indios niños volaban en guerras con los fusiles. Las hormigas invadían los campos y los niños no volvieron a los paseos quedándose en la casa imaginando el futuro en una cuadricula. A las hormigas los hombres domesticaron y sabían que pasadizos frecuentaban y tanto las imitaron que las nombraron hormigas arrieras.
Los colchones y las almohadas tenían dibujados los barrotes de un presidio, no usaban (sábanas o fundas) forros para mantenerse protegidos en los barrotes de colores. Las pulgas hacían malabares entre los pliegues retorcidos, colonias calentaban el cuello de los hombres, un día quisieron combatir las pulgas con la candela de una vela encendida y prendieron los colchones de paja seca.
Dormían tres en una cama y cuatro camas en un cuarto, nunca sintieron hacer el amor a los mayores, silencio en la noche y hacían un espacio caliente en favor del nuevo miembro de la familia. Usaban silenciador para hacer el amor, Dios guardaba el secreto.
Ponciano se cayó de la cama y el brazo partido esperó la medicina infructuosamente, el componedor sobó la hinchazón y para volver el hueso al cauce, recomendó cargar una lata llena de arena durante tres meses. Con ese peso bajará la hinchazón, dijo el alegre componedor
La medicina no existía. Los enfermos morían siempre en la cama y a los niños se los llevaba Dios. Conocían una docena de ramas: hacedera para la diarrea, paico para el escorbuto, chilca para la llega, apio para el oído, el eucalipto para la bronquitis, la borraja para evitar la paja, el limoncillo para el mal del estomaguillo. Todos los muertos caían vencidos de repente. Al preguntar, ¿de qué murió? Contestaban, de repente. Enfermedad teológica. Ponciano dijo que todos los muertos quedaban con la misma cara, ninguno quedaba muerto de la risa. Aparecía una tristeza de no poder dominar el tiempo, otra tristeza de que el tiempo fuera quieto, otra tristeza de que todo fuera tan pequeño. Una tristeza igual a la del caballo cuando espera la tarde entera el cambio de herraduras. Sacuden la cola, voltean los ojos, y levantan la crin negra y alegre. Un caballo triste, increíble.




Los carros de madera atraían las miradas y las competencias llamaban a los curiosos. Los niños primeras victimas y los primeros en derramar la curiosidad; Edilberto ganó un paseo subido en la trompa del carro y antes de parar cayó al piso. El mundo se fue contra el pavimento, un vaído en el aire, la mente retuerce su gaseoso contenido, sensación de nudo, envolviendo de atrás hacia adelante, un espacio sin terminar. El gusano sobando las paredes del cerebro, no terminaba de desenvolverse, el cuerpo tieso y el pensamiento cenagoso, yendo y viniendo, la informalidad dominando, así hasta terminar el martirio de ese viento envuelto en las telas y los pisos. Sueño con un carro encima de un niño con las seis llantas. Las calles estrechas, sin señalización e inmensos carros chocones.
Edilberto cayó de nuevo en una escalera interminable y oscura, amplia tela mental. Tres días sin regresar, un golpe y la espera, la oruga lenta de la inconciencia, recorriendo la mente, reemplazando el piso de madera. La tierra negra, el viento frío; la vida desapareció afuera, la muerte recogida en los vericuetos esperando hallar el orificio final. La bella juventud no estaba preparada para ese día y el orificio conducente a la muerte no estaba listo. Tanto volteó el gusano, quietud del cuerpo desesperado, sequedad en la boca y el cuerpo hirsuto esperaba en la cama. Así, hasta tres días interminables. Quedaría atrás la tragedia de la soledad y la incomprensión. La vida siguiente sin amor, esperando la repetición, la misma agua sin el sol, la misma sopa sin carne, igual mirada vacía, la misma mujer en la calle con igual ropa, todos los días inventando el sexo, haciendo monstruosa la naturaleza. Otra vez la mujer en la calle, mostrando las piernas blancas y soñadoras. La repetición, la imaginación destruyendo la naturaleza. Al final el mundo verdadero, un mundo imaginado. ¿Cuál el mundo aparente?
Hebert y Ponciano ya no eran niños, adultos sobrevivientes del odio. Cuando pudieron pensar en si mismos la tele fabricaba el mundo del futuro. ¿Estaría Pepino al margen de la hecatombe?
El Valle no sobrevivía a la estrategia moralista. El sol y las miradas buscaban los cuerpos sin hallarlos; los ríos serpientes del placer, en cuyas riberas crecían los deseos, alejados de las construcciones y entre las sombras de los árboles. El encuentro con el agua un crimen y decían qué objeto el baño si la mugre vuelve. Los cuerpos de los bañistas adelgazaban la mirada, mostraban la originalidad de las formas, el placer nunca sentido, pero imaginado el amor en las noches solitaria, surgía en oleadas de calor. Allá cerca del río aparecían los paisajes de la luz, fuera de la mirada ordenadora aparecía el desorden de la vegetación y el cuerpo abriendo historias, un deseo marcando el derrotero de la trasgresión, el agua descubriendo parajes humanos. Los vestidos puestos a secar en las piedras, las partes humanas blancas alumbradas por el astro rey, los ojos de los hombres agradeciendo los ribetes enamorados. La costra de la mugre desaparecía, luego de que el agua inventara nuevos territorios y esas imaginaciones retorcieran la realidad, podrían los hombres regresar al Valle vencidos por el sentimiento de culpa, de la pena de haber desobedecido, al no acatar la orden que impedía poner una parte del cuerpo al sol y al agua. Regresaban con los deseos escondidos, con la mirada gorda, el movimiento lento y las pesadillas en las noches, en donde aparecían mujeres con la pelvis maltratada y hombres señalados con la cruceta de marcar los novillos. En la reciente historia Hebert conoció la historia de mujeres desnudas en la tele y no tuvo que recurrir a los ríos, ya mostraban sus vergüenzas en la cuadrícula mágica.
Lejos del matorral, las lagunas verdes, los prados inmensos e inclinados, la maleza tapaba los hombres. Ocultos rezongaban los pedidos sexuales. Pocos han experimentado un deseo sexual detrás de un matorral, en esta época los matorrales estaban prohibidos, nunca pudieron escribir hierba con amor. Ponciano supo que la tele escribía amor en una cuadrícula.
A Edilberto lo perseguía un hotel vacío lleno de puertas oscuras, camas innumerables y de a cuatro en un cuarto, laberintos del deseo y hombres como insectos, gritos como pedidos, escaleras como deseos, oscuridades llamando. Semen en los baños, tanto que metieron el ojo milagroso en los baños. Ningún hombre miraba al cielo. Hebert supo que la tele democratizó la masturbación, costumbre de la que no se excluyeron las mujeres.
Las miradas ponían rectas las calles, las mujeres enderezaban el cuerpo, los niños enturbiaban la mirada y los hombres y mujeres miraban por encima del hombro, cuando sabían que otro detenía el movimiento. Las puertas y ventanas entreabiertas, los ojos redondos aguzados por el deseo, los zaguanes oscuros y llenos de mierda, los caballos en establos oscuros montaban las yeguas. El gallo lanzaba el ligero canto y un polvorete de tres segundos. El agujero largo, el deseo corto. Inventores del vouyerismo. Los animales imitaban a las hojas, unas sobre otras y los hombres y mujeres veían pasar las nubes con un canto de lejanía. El hombre solitario veía deslizar el placer entre las manos y las mujeres perfumaban su cuerpo con un ligero entusiasmo. Un hombre que hizo un viaje a pié contó estos detalles, pura imaginación.


El caminante habló y fue escuchado por Ponciano y Hebert, dijo no haber visto negros, ni indios. Preguntó cuántas personas se habían suicidado, si habían parejas separadas o madres solteras. Todas esas preguntas fueron respondidas negativamente, excepto la del suicidio, dijeron que la abundancia de árboles favorecía esta práctica liberadora y fue informado de que la queja mas frecuente era el ruido de los habitantes del segundo piso. Todos los habitantes del primer piso tienen la misma queja y es la razón de las peleas en las calles y constante cuchicheo en las puertas. Otra información conocida por el caminante es la programación de agencias turísticas, trayendo hombres solteros que buscan mujeres lindas, blancas y hermosas. Esos días de fiestas son terribles para los hombres y de felicidad para las mujeres. Los hombres se emborrachan solitarios, mientras las mujeres terminaban enamoradas. Otras excursiones venían a recoger niños abandonados y adoptarlos en otro país. El mundo cambiaba vertiginosamente, testigos de ello esta narración.
El caminante también preguntó si un bandido muy conocido había trasladado las prostitutas al club social, a fin de hacer un agasajo social. Al club solo asistían los socios y personas que no tuvieran reparos morales. Versión que no fue confirmada, pero tranquilizados Ponciano y Hebert, al explicarles que don Quijote el caballero andante cuando encontraba una prostituta en la puerta de la tienda las llamaba doncellas y a las tiendas palacios. La extrañeza y la paradoja dejaría el campo a lo normal, en este tiempo moderno pudieron ver obras de teatro en que los bandidos gobernaban el país, los asesinos hacían las leyes y las mujeres mas putas incitaban los deseos de los hombres en público. Luego los mas grandes actores serian estudiantes de universidad haciendo de soldados revolucionarios y los actores de la pornografía serían hombres de la calle.
También obedeció a la imaginación del caminante la versión de que las mujeres secaban puestas las prendas íntimas, a fin de que no fueran observadas. Dijo que nunca vio un interior colgado de un alambre y concluyó que tocaba usar la imaginación a fin de deletrear los bordes de esos adminículos y por su puesto el contenido dilataba la presencia. Olga tuvo once hijos y nunca fue vista en embarazo y menos la partera en las noches de luna. La familia recibía alegre al nuevo miembro y no hubo sospecha, ni vieron los movimientos de la naturaleza en el vientre materno. La noticia del nuevo miembro recorría el vecindario cuando decían al niño, ve a todas las puerta y grita, mi mamá manda a ofrecer un niño.
Las mujeres se consumían en los propios deseos, estancamiento que ocasionaba un rebosamiento en las noches. Los hombres no jugaban con pescaditos de oro en el día, sino que en la noche miraban las escaleras sin fondo y esperaban que en el recodo de un zaguán, el fantasma de un placer se disfrazara de pesadilla, una mujer desnuda y profunda apareciera abruptamente. Los zaguanes, susto contenido, allí merodeaban los bultos moviéndose, la máscara devoradora, el golpe en la espalda, por tanto, no era extraño hallar en el amanecer un hombre desmayado esperando la luz del día. Otro hombre amanecía abrasado a una mujer desconocida en otra calle alejada de su residencia.
Las mujeres salían a los balcones con sus faldas de flores, daban un canto a la belleza, hablaban con la risa, lanzaban el cabello al viento y las miradas mas allá de los hombros, viajaban buscando el paraíso perdido. Los ojos de los hombres buscaban los balcones desprotegidos en que las mujeres exhibían los cuerpos. Esperaban las excursiones de los solteros. Las miradas perdidas en la fuente, deambulaban compitiendo con las nubes, detenidas en los patios, en las ventanas y adivinando en las escasas calles; sumergidas en la música, oyendo el comentarios callejero, ellos bordeando el paraíso, la tristeza permanente, pensando como la felicidad estaba en otro lado, nunca se merecían un beso sensual, un abrazo estrecho, la mirada debería ser retorcida y si alguien usaba las facultades que el de arriba entregó, decían que se salió del orden establecido y declaraban la amistad perdida. Aparecería otra vez el mito de la caverna, que en todas partes adquiere ribetes propios; salimos de una caverna, no podemos liberarnos de ella, aunque haya variados intentos. Siempre habrá una disculpa para no aceptar el afuera de la caverna y si dicen vi sombras de otro color, siempre la misma respuesta, le hizo daño la salida. Queda castigado. Sin embargo, según la versión del caminante la consigna sigue siendo huir de caverna en caverna. La idea de Ponciano y Hebert, considerada revolucionaria y altanera, era salir al mundo exterior.
La actitud de levantar los hombros a fin demostrar que no les importaba lo que ocurría en la vida de los demás, dejaba los omoplatos con una versatilidad extraordinaria. Esa forma ocurría cuando comprometía al que levantaba los hombros, pero de enterarse estaban los oídos atentos. Si se trataba de distraer la atención ponían la mano en el hala del sombrero, a fin de orientar las alas, de esta manera agachaban el sombrero y el mundo pasaba en frente sin que el viento de la galaxia sobara la barbilla hipócrita.



Fantasmas en las noches y los días. Los hermanos, otros fantasmas, grandes enemigos, portentosos en la rabia, el odio largo como la mirada y extenso como la pena.
Los padres como los postes o el árbol centenario que nunca cambiaba y resistían el uso indelicado. En uso de buen retiro, amarrados a un árbol como en Macondo o puestos en las madrigueras de la conciencia, allí en donde ningún pensamiento sale adelante.
Se cuenta que no querían ver muerta a la madre, entonces a ¿quien ofender diariamente? El mismo trompo puchador, desde niños acostumbrados al garfio ofensivo, al pellizco insidioso, en eso la madre era servida en las noches, antes del sueño, poco antes de las comidas y sin falta, antes de salir al colego. La vieja inclinada limpiando la mugre, abriendo paso, devastando la montaña. Ellos destruyendo… Hebert fue conminado por violencia intrafamiliar. Todos los días su madre lloraba la desazón de haberlo parido.


Llegó el rumor que una relación sexual violentaba a las mujeres. Las mujeres cojeaban inexplicablemente después de la primera noche. Después de esa noche la mujer cojeaba, fantasía femenina, nadie pudo probar esa incapacidad de la primera noche, pero ellas amanecían con las piernas abiertas y la nalga respingada, nadie decía nada, ellas autorizadas a andar así, la victoria sobre la soledad, simbólicamente y los maridos cual profesionales del maltrato y burdos cargabultos, paseaban las manos violadoras entre las gentes y todos felices, única violencia feliz de un conglomerado gris y enlutado.
Esos cuentos pasaban en las noches de boca en boca, cuando dormían reunidos en una cama. Cogidos de la mano, uno soñaba con un tigre, el otro con un perro y esos animales circulaban en las cabezas, al despertar decían, anoche soñé con un tigre que salía de tu cabeza. Ponciano soñó que las mujeres no cojeaban, sino que caminaban felices entre las calles después de una relación sexual. Según el sueño esa relación aliviaba los rencores y agilizaban las piernas y músculos.



No todo estaba bajo la ley de la repetición. Alguna vez apareció una señora sin cocina. Pidió un permiso con el fin de poner el fogón y Olga durante mucho tiempo cuidó el fogón ajeno. La intrusa no abandonaba los oficios y la dueña no podía ausentarse o cerrar la puerta en razón a que la visitante no salía. La dueña pasó mucho tiempo pensando como terminar la invasión. Temía un enfrentamiento, llevar la contraria, ser injusta, cometer un pecado, atraer una bruja, una malquerencia talvez, no podía presentir que alguien la odiara y menos proviniendo de una persona desconocida. Consultó con un tinterillo llevado por Ponciano y luego de analizar el lugar de los acontecimientos y la violación a la convivencia, aconsejó sacar el fogón sin consultar y de no atender este requerimiento la susodicha invasora, llámeme enseguida, sentenció el semi cuasi bosquejo de abogado. Después de innumerables noches sin dormir, sacó el fogón a la calle y grande fue la sorpresa, al comprobar que el tinterillo tenía la razón. Hoy recuerda a Ponciano, el hombre que liberó la cocina de un demonio.
Otro día que no tendrá igual, un hombre ciego y grande, mientras comía en la mesa ajena, prometió tierras y animales a los oferentes. Augusto, Olga y Edilberto escuchaban atentos las promesas. Después de cada bocado mencionaba una propiedad, en la mesa muchos panes y en la imaginación un imperio. La despensa vacía y el corazón feliz. Todavía están esperando que el invidente vea el camino de regreso.
El cariño no era cualidad del Valle. Luego Hebert conoció cómo la usanza ya no eran promesas, sino que grandes bandidos arrebataban las propiedades y hacían una gran reforma a la propiedad.
Ponciano y Hebert compartían habitación en una casa de dos pisos en la montaña Alegrías. Allí apurando dos tragos de ron, recordaban el pasado y tratando de destruir la ilusión de un pasado inexistente, querían comprobar como ese pasado mantenía las mismas aristas con pequeñas modificaciones hoy. A pesar de los avances de la tecnología, los temas fundamentales seguían vigentes. El miedo persiste, el odio igualmente y no porque se viaje en avión, o se usen modernos vehículos la vergüenza se ha ido. Ese niño que fuimos, sigue ahí, al que debemos acariciar, atraer con las palabras. El paisaje ha cambiado ostensiblemente, pero los motivos para vivir son iguales a los que tuvimos de niños. Estas ideas discutidas lentamente entre Ponciano y Hebert y comprobando como su espíritu mantenía esas premisas enraizadas en el pasado, y podían seguir recordando. Si a pesar de haber conocido la literatura, la crítica social, el hombre que hoy recuerdan, ese niño del pasado, es el mismo con leves cambios.
Ponciano aspiraba a convertirse en actor de cine, en la mesa del bar con cigarrillo en mano y hablando con la novia, no saludaba. Era un perfil extraordinario y el cabello negro que tanto gustaba a las amigas, ensortijaba la ilusión de un matrimonio.
Ponciano frente a Hebert: no se dirigían la palabra, no estaba en el mismo sitio y había una pared enfrente. Hebert invisible. En mayo las chicharras, insectos fastidiosos, colgados de los transformadores de la luz. Patas largas, concha dura, grasa, Hebert corrió cuando una de ellas agarró su pantalón. Visible para las chicharras. Los hombres prolongaron la hora del ocio y Hebert no olvidara la risa del adulto. Hebert no dejo de pensar en la chicharras y sus patas horrendas, el mes de mayo no lo esperaba, siempre recordaría a los hombres que unidos esperaron sus lágrimas y la solicitud de quitar el coleóptero de su ropa. Ponciano no pensaba en las chicharras, tenía al frente una vida feliz, en esa época la felicidad, una mujer y una copa. Pudo cumplir el objetivo en diversas oportunidades, al tener mujer y copa, sin embargo Hebert no pudo vencer las chicharras, cada mes anudaban sus patas en los alambres, en los transformadores de la luz, en las puertas. No pudo ser feliz al haber siempre una chicharra en su vida, cuando pasaba mayo venían otros insectos, unos de ellos siempre le rompía los zapatos que eran de tela, ese mes era frecuente y muchos meses del año pasaban con el zapato roto y su madre tenia un remedio ocasional, la aguja, el dedal; ella tuvo la paciencia de luchar contra el zapato roto, pero no lo derroto, hasta que el tiempo les hizo pensar en otros problemas. Llegaron insectos más grandes y corpulentos. Pensamos en Gregorio Samsa. Hebert logró fabricar esa idea de que la mujer era un insecto y el amor de una mujer desalojó esa creencia de la cabeza, pero no el miedo a las chicharras.



A las mujeres les gustaban los hombres de espesa barba y un pecho oscuro. Esa era la protección, el oso lleno de pelos negros, protegiendo la piel rosada y blanca. Ese hombre en una esquina y una señora joven vestida hasta el tobillo, camina junto a un niño. El extraño lanza el piropo: ¡que piernas¡ El niño sabe que anda al lado de una mujer hermosa. Ella hace de pared a fin de tapar el mundo de la calle, pero es imposible, aparecían los caballos temidos que con sus patadas rompían la cara o las piernas. Ponciano y Hebert comprobaron en esta visita que todavía transitaban en las calles esas mujeres hermosas con los niños y los caballos amarrados en las puertas o en los zaguanes lanzaban la cola tratando de evitar la nube de moscas rodeando las abundantes deposiciones. Calles solitarias llenas de puerta silenciosas y una u otra señora asomada a la misma ventana con la misma pose de hace treinta años, siempre mirando de lado y en un constante asombro ante lo extraño. Hallarían los mismos hombres con treinta o cuarenta años agregados a la vida y con las arrugas tupidas y profundas, pero llenos de iguales sentimientos totalitarios.


Los automóviles mareaban a los pasajeros, esos carros inmensos movían el cielo, si uno estaba dentro de ellos. Esos carros con grandes plataformas e inmensas llantas, manejados por hombres de mundo y de ninguna manera encubridores de la moral, sino que entre viajes y viajes traían las costumbres de otras latitudes. Fueron ellos quienes trajeron el primer surtido de prostitutas y para lograr el cometido debieron hacer acarreos de ellas en bolsas de fique, igual a empacar un bulto de naranjas. Llegaron así, con ese ropaje extraño y fueron bajadas en un sitio en donde se establecería un territorio libre de la moral y para comodidad le dirían el nombre pomposo y libertario de zona de tolerancia. Zona existente en todas las culturas, pero que aquí en el Valle debían ser hecha a contrabando y de espaldas al régimen moral. La dificultad para hallar las prostitutas generó en los hombres un resabio llamado homosexualismo, fenómeno que unido a la experiencia del comercio dio a esta región una fama entre los habitantes de la región. Los hombres al no hallar mujeres disponibles para una ocasión pasajera en el Valle, salieron al exterior tratando de hallarlas y se quedaron vendiendo mercancía al por menos en las grandes ciudades. El moralismo y el hambre dio la paciencia para distribuir mercancías de puerta a puerta y en las ciudades encontraron gran numero de empleados con sueldo y pudieron recorrer avenidas y calles a pié varias veces al día o a la semana. Sin embargo el Valle quedó con pocos habitantes y los forasteros no pasaban la noche en el valle, al anochecer en esos mismos carros se embarcaban con sus pertenencias, temían permanecer en las calles llenas de insectos y chicharras y mujeres de mal genio.


El día de cumpleaños no existía, el del pago menos, pasaban iguales, sobresalía el viernes santo. Las semanas y los meses no eran importantes, solo los años. Los días, escalones de igual intensidad, solo un día descansaban cerrando las puertas. La misma soledad, el aire quieto, los pájaros en los árboles y el niño atento, ese tiempo contados en años, no existía otro periodo de tiempo importante.



De otro lado las flores fueron ocultadas y autorizaron su cultivo dentro de las casa. Las palomas no volvieron, luego de matarlas y moler sus huesos para hacer caldos levanta muertos. Olga cuando tomaba ese reconstituyente transfiguraba su rostro. Augusto sonriente esperaba que la casa trampa recogiera las víctimas. Los pájaros desaparecieron y fue una especie en extinción al recluirlos en jaulas. Las frases de amor, guardadas en cajas fuertes y la noche fue usada solo para dormir. Trajeron perros que atacaban a los niños y la calle quedó solitaria. Hombres y mujeres podrían lanzar miradas sin importancia. Los perros fueron desaparecidos, pero los gatos tenidos con cariño y alimentados con leche de vaca. Augusto correteaba a los gatos a fin de desperezarse, decía, los gatos son tan alegres como los niños. Augusto amaba a los animales, tanto que montó un aparcadero de cerdos con el objeto de engordar y vender esos semovientes luego y recorría el pueblo pidiendo las sobras de las comidas y llevarlas hasta la pesebrera de cerdos. Demoraba varios días para llenar un balde de las sobras en el Valle y los pobres cerdos demoraban más días de lo previsto para amentar su tejido adiposo. Así mantuvo su familia varios años enfundado en ese amor a los animales de casco hendido. El amor a los animales muertos también fue posible al ser carnicero otros tantos años antes de abandonar el Valle por física hambre. Cuando desapareció correteado por el hambre los hijos adolescentes podían pedir empleo en las grandes ciudades y de esa manera hizo un gran aporte haciendo de sus hijos teóricos de la honradez y de las mujeres matronas expertas en la educación. Qué clase de hombres y mujeres podría producir este régimen de inhabilidades. Además no podían olvidar el mundo proporcionado por el Valle, entre ellas esas costumbres que pusieron a prueba entre gentes desconocidas y vigilantes.


Ni en sentido vertical, dile al jefe, ni en sentido horizontal, dile a Ponciano, hágame el favor. Hebert no sabía donde estaba Ponciano. La palabra patrón no existía, el hombre moría sin reclamos, talvez como un animal, haciendo un tributo a la tierra. Algo parecido a un favor, caía como un hecho necesario, no había que forzar un elemento para que ocurriera, como la lluvia vertida desde la hinchazón de las nubes, como la noche que llegaba a determinada hora.